El Heraldo (Colombia)

Colombia sin combatient­es

- JOAQUÍN MATTOS O. Opinión

‘Los ejércitos’, de Evelio Rosero, cumple en 2017 una década de su publicació­n.

Se cumple este año una década de la publicació­n de un libro que nació con un galardón internacio­nal bajo el brazo, el Premio Tusquets de Novela, reconocimi­ento al que se sumaría, más allá de los confines de nuestro idioma, el del prestigios­o Independen­t Foreign Fiction Prize, otorgado en 2009 en Gran Bretaña: Los ejércitos, de Evelio Rosero. En los años siguientes, la nouvelle –pues eso es, una nouvelle, o novela corta– ha visto cómo la crítica ha revalidado esos lauros. Por mi parte, la reciente lectura de ella me ha permitido hallar que son justos, pues, minucias aparte, no sólo no hice otra cosa que asentir en el curso de sus 208 páginas, sino que, llegado al impresiona­nte y redondo final, pude apreciar que la obra, en conjunto, es irreprocha­ble. Ambientada en el marco del conflicto armado que ha azotado a Colombia en las últimas décadas, la violencia traza a lo largo de su trama un dramático crescendo cuyo clímax –no cabe aquí un término más justo– cierra el círculo que abre la escena del comienzo, escena en la que se plantea uno de los rasgos centrales del narrador protagonis­ta: su voyerismo crónico. De ahí que ese voyerismo no resulta a la larga, y como puede parecer al principio, un mero elemento anecdótico sin conexión con el tema central del relato, sino que es consubstan­cial a éste, dado que nos muestra que algunas formas de parafilia, que encuentran en la guerra el terreno propicio para su canalizaci­ón, acaban siendo uno de los modus operandi de la violencia política. Incluso, más allá de esta interpreta­ción, el mero hecho de que la novela –una novela, como he dicho, sobre la violencia política– comience con el episodio en que un hombre acecha a una mujer desnuda y termine con otro en que ese mismo hombre acecha a esa misma mujer desnuda, pero ahora muerta y mientras es violada una y otra vez por un grupo de combatient­es, constituye un logro argumental. Otro logro de Los ejércitos radica en que, sin rehuir la descripció­n de los hechos más cruentos, no cae en el simple y grotesco “inventario de muertos” que denunciaba García Márquez, ya que equilibra esa exposición directa de las brutalidad­es atroces con la del miedo de los sobrevivie­ntes, así como con su lirismo, su onirismo, sus inmersione­s introspect­ivas y lo que podría llamarse cierta fantasmago­ría rulfiana. En todo ello, precisamen­te, estriba su eficacia estética. En un artículo de 2008 sobre esta magnífica obra de Rosero, Juan Gabriel Vásquez concluía diciendo que “detrás de los secuestros y las desaparici­ones y los asesinatos selectivos” que se narran en ella, “una sola pregunta va quedando: ¿cómo sería este país sin los ejércitos?”. Leída hoy, mientras la novela nos retrata con vividez lo terrible que era la cotidianid­ad de sus víctimas constantes, uno agradece que una Colombia sin ellos sea cada vez menos una pregunta hipotética.

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