El momento de la verdad
Cualquiera que sea la decisión final sobre el Amira, lo importante es que esta se explique debidamente, de modo que a los ciudadanos les quede la tranquilidad de que los responsables actuaron guiados por el interés general.
Se cumple hoy un año del cierre del teatro Amira de la Rosa, en medio de una gran expectativa por el futuro de esta edificación que forma parte del paisaje urbano y sentimental barranquillero. Se trata de una decisión muy complicada, en el sentido de que una de las hipótesis que se manejan es la demolición del teatro y la construcción de uno nuevo en su lugar. Según un estudio realizado por una de las firmas de ingeniería con más experiencia de la ciudad, la estructura del Amira se encuentra en tal grado de deterioro que el costo de recuperarla escaparía a cualquier lógica presupuestaria. Sin embargo, hay arquitectos que insisten en su recuperación, por tratarse de un patrimonio, y citan como ejemplo el Colón en Bogotá.
El hecho es que el Banco de la República, que tiene en comodato el teatro, ya cuenta con el concepto favorable del Consejo de Estado para invertir en torno a $100.000 millones en el proyecto que se decida, sea una nueva edificación o la rehabilitación de la actual. Algunas fuentes señalan que, con esa suma, el Emisor podría construir uno de los teatros más vanguardistas y mejor dotados de América Latina. La propuesta tendrá que ser sometida a consideración de los ministerios de Cultura –el Amira es un bien patrimonial– y Hacienda –responsable de los recursos que se comprometan en la obra–. Está por ver, además, qué papel se reservará el Banco una vez ejecute el proyecto. Existe la posibilidad de que, a cambio de semejante inversión, pida dar por concluida su relación con el espacio cultural y dejar este en manos del Distrito o una sociedad mixta. En nuestra opinión, lo ideal sería que el Emisor, institución prestigiosa e inmune a los vaivenes políticos, mantuviera algún tipo de presencia en la administración del teatro. Comienza, pues, una fase de trámites burocráticos que debería sustanciarse con la máxima celeridad. El teatro lleva cerrado ya un largo año. Harían bien las autoridades del Banco de la República y del Distrito en contar a la ciudadanía, cuanto antes y sin medias tintas, qué se hará con el Amira. Estamos convencidos de que, cualquiera que sea la decisión final, habrá polémica: los ‘conservacionistas’ abogarán por la recuperación de la edificación actual; los ‘pragmáticos’ preferirán que los recursos se destinen a una obra más ambiciosa y moderna. Bienvenido sea el debate. Para ello será importante conocer los fundamentos de la decisión; los criterios técnicos, económicos, arquitectónicos y, por supuesto, culturales que la amparen. Más allá de la posición que adopte de cada cual, los barranquilleros deben tener, como mínimo, la certeza de que los responsables actuaron con honestidad intelectual, guiados exclusivamente por el interés general.
Lo ideal sería que el Banco de la República, una institución prestigiosa e inmune a los vaivenes políticos, mantuviera algún tipo de presencia en la administración del teatro, una vez se ejecute el proyecto.