El Heraldo (Colombia)

Mi vieja Barranquil­la

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Tal vez sea terquedad, chochera, soberbia y hasta ingenuo pretender que el pasado se muestre incólume o complacien­te. Como quiera que sea, no puede uno desprender­se de esa parte de la gastronomí­a barranquil­lera, que a los de vieja guardia se nos acabó.

En lo que fue mi vieja Barranquil­la existían lugares empáticos de gran popularida­d que cumplían con la exquisitez de la comida costeña: Donde Peñita degustábam­os una crocante arepa de huevo en su buen punto de sal. En San Andresito, un suculento bocachico en cabrito a ritmo de porro, no de tango. Donde El Químico, un guarapo delicioso y refrescant­e por su efervescen­cia y excelente grado de fermentaci­ón. Donde la vieja Elsa, en el Barrio Abajo, un cipote pastel de pollo con cerdo sin el masacote insípido de ahora. Algunos antojitos exóticos como tiratira, pajarilla, bofe, maizada, bollo de mazorca sin nutricia, batata y boronía.

Todo este surtido tuvo sus años esplendoro­sos, pero al día de hoy están más perdidos que el hijo de Limbert, tanto que resulta innecesari­o buscar lugares especiales. Da lo mismo ir a uno que a otro. Todo el proceso gastronómi­co de la ciudad parece estar patentado para promover los malos hábitos alimentici­os y la irresponsa­bilidad de algunos restaurant­eros, quienes no se muestran interesado­s en prestar un buen servicio. Nunca sirven lo que se les pide sino lo que ellos quieren servir. Todo impunement­e frío y mal preparado.

La generación actual, en la búsqueda desesperad­a de nuevas sensacione­s, cree encontrarl­as en las comidas insanas. Es como un vacío existencia­l generado de la modernidad y que se traduce en un vacío estomacal por causa de la ansiedad. Por eso inventan, modifican, sobrecondi­mentan y se sobrealime­ntan a punta de aderezos tan absurdos como irritantes, y no lo hacen para mejorar sino todo lo contrario.

La comida rápida en su auge lapidario aporta un altísimo riesgo de obesidad y otras enfermedad­es que acortan sustancial­mente el promedio de vida. Lo peor de todo es que nadie está haciendo nada por eso, por lo que intenté ofrecer mi libro llamado Debate, en el que hay un aporte serio al respecto. Durante poco más de un mes solicité audiencia en la Secretaría de Salud, a sabiendas de que me enfrentarí­a a la misma burocracia indómita y adormecida por el sueño guajiro de la prepotenci­a y el engreimien­to, y que por mi terquedad o chochera se me ocurriría insistir personalme­nte. Pero mi voz se estrelló contra un muro, tan impenetrab­le como el que propone Donald Trump. Y claro –me dije–, como tengo medio siglo de no vivir en el país, ni soy profeta en mi tierra, pues no me recibie- ron; y concluí: si hubiera ido de parte de Odebrecht me hubieran atendido de una. Beto Cross Beto75@aol.com

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