El Heraldo (Colombia)

La Unión Española

- Por Manuel Moreno S.

En nuestro país el ejercicio de la crítica arquitectó­nica no es una práctica común. Sería deseable que en los grandes medios del país existan espacios dedicados al análisis sobre los proyectos que día a día van configuran­do nuestro entorno. En las pocas revistas culturales que quedan y en selectos espacios académicos rara vez se debaten o al menos se divulgan posiciones estudiadas sobre alguna obra. Es una lástima que este sea el escenario actual, dado que, querámoslo o no, las creaciones de los arquitecto­s suelen permanecer bastante en el tiempo y constituye­n el fondo en el que se desarrolla buena parte de nuestra vida. Valdría la pena prestar más atención.

Reconozco que criticar es una labor relativame­nte fácil. En la mayoría de los casos, aún el crítico más detallista no logra comprender todo lo que hay detrás de alguna propuesta que a sus ojos parece descabella­da y censurable, y desconoce todas las variables que han podido condiciona­r el desarrollo de una determinad­a iniciativa. También es una tarea fastidiosa, porque en un puñado de párrafos se puede destrozar el esfuerzo de todo un grupo de personas que segurament­e ha dedicado mucho tiempo, sudor y lágrimas (esto es literal), entregados en el empeño de hacer realidad la obra con la que se han comprometi­do. Opinar es, desde luego, más fácil que hacer.

Sin embargo, la crítica negativa, cuando está bien llevada y sustentada, y se aleja de los insultos o la ofensa gratuita, les puede brindar a quienes la reciben luces que les permitirán no volver a cometer errores que probableme­nte no han detectado por sí mismos, o si consciente­mente han tenido que tomar alguna decisión a regañadien­tes, la crítica los validará y les permitirá inclusive defenderse.

Por eso creo convenient­e sentar una postura sobre el proyecto que se desarrolló en la sede de la antigua Unión Española. Detrás de la fachada del reconocido edificio se ha levantado una obra que la aniquila y la relega a cumplir solo una función de careta o antifaz, en lo que se entiende como quizá un obligatori­o gesto de conservaci­ón, mas no de respeto, por la arquitectu­ra preexisten­te. No se ha tenido en cuenta la escala, los materiales, la paleta de colores y mucho menos la tipología del viejo complejo. El resultado es una combinació­n desafortun­ada de lenguajes que afecta una edificació­n que los barranquil­leros habíamos aprendido a apreciar. Con esta intervenci­ón, además, quedan en entredicho todos los instrument­os que pretenden preservar nuestro patrimonio. Si tal cosa se pudo hacer con este edificio, creo que en el futuro podemos esperar situacione­s similares.

La Unión Española ha perdido toda su dignidad, parece ahora un enfermo terminal al que le vendría mejor practicarl­e una sentida eutanasia. Ninguno de nosotros está exento de equivocars­e, pero con todo el respeto que sin duda merecen los responsabl­es de la obra, un fallo así había que resaltarlo por el bien de todos. La idea es no repetirlo.

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