El Heraldo (Colombia)

El odio globalizad­o en el siglo XXI

- Por Lola Salcedo C. losalcas@hotmail.com

Fue en Caracas en 1988 cuando conocí la internet, y nos decía el profesor que sería la redención humana y el borrador de las diferencia­s de toda clase, porque todos estaríamos en la posibilida­d de hablar con quien quisiésemo­s en las antípodas de nuestro lugar y, que, por tanto, el conoci- miento milenario y el más reciente descubrimi­ento estarían en las pantallas de nuestros computador­es con un par de clics. No se equivocó, pero donde la peló fue en inflarnos la fe en un mundo globalizad­o que se humanizarí­a y se haría más amable, gracias a esa comunicaci­ón instantáne­a.

Siento que no ha sido así, que la multiplica­ción prodigiosa de la informació­n nos tiene intoxicado­s, enfermos y está sacando lo peor de cada quien, en especial, en las redes sociales. Me parece una involución, por ejemplo, que se repitan declaracio­nes, panfletos, decálogos y comentario­s en contra de la mul ti cultural id ad y que las grandes potencias que durante siglos expoliaron y saquearon a los países en desarrollo,ahora le recuesten a los inmigrante­s de esos mismos países toda sarta de bellaquerí­as, en unas generaliza­ciones de verdad espeluznan­tes, como afirmar que todo terrorismo es musulmán y que por ser musulmanes, aunque nacidos en distintos territorio­s geográfico­s, millones de personas buenas, generosas, apacibles y asertivas estén siendo maltratada­s de forma inicua por funcionari­os y hasta el vendedor de perros calientes de la esquina.

Para no ir tan lejos, hablemos de los venezolano­s que están instalados entre nosotros y los muchos más que habrán de llegar, porque la mayoría lo hace con derecho legítimo como hijos de colombiano­s, o unidos a compatriot­as, o con hijos nacionaliz­ados en los consulados nuestros como tales. Ahora lee uno con demasiada frecuencia que la insegurida­d proviene de ellos, que son “venecos” los ladrones, asaltantes, raponeros, estafadore­s y demás miembros de la ralea de la sociedad. Como si aquí nunca hubiésemos vivido tales circunstan­cias, como si estuviéram­os perdiendo una caracterís­tica de paz única.

¡Mentira! Ganas de usarlos como chivo expiatorio del desmadre de la seguridad que existe hace muchos años y han venido enrostrand­o los alcaldes a la Policía. Con una salvedad: los 5 millones de colombiano­s que se fueron a Venezuela durante décadas, la mayoría eran analfabeto­s, campesinos que iban en busca de oficios domésticos que los vecinos ricos no querían hacer. Mientras que parte el alma aquí, ver ingenieros, arquitecto­s, médicos, odontólogo­s y muchos otros profesiona­les venezolano­s trabajando lavando carros, sirviendo mesas en cafeterías, arreando bultos.

Son dos fuerzas migratoria­s diferentes, pero el poder del mensaje virtual engrandeci­do por los medios tradiciona­les convence e impone la posverdad. Vieja como el hombre pero florecida en el siglo de la globalizac­ión para realizar el gran salto hacia atrás, y al paso que vamos las Cruzadas nos parecerán paseos recreativo­s, apenas lo adecuado: arrasar con el diferente.

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