El Heraldo (Colombia)

“La paz es el enfoque que necesitamo­s”

Steenken, holandés experto en reinserció­n.

- Por Carmen Peña Visbal Especial para EL HERALDO

“La idea es llevar al país en una nueva dirección que todos puedan aceptar”, afirma el consultor internacio­nal Cornelis (Kees) Steenken, refiriéndo­se a la realidad colombiana luego de firmarse el Acuerdo de Paz con las Farc y a las negociacio­nes que se adelantan con el ELN en Quito.

Steenken ha asesorado diferentes procesos de paz, entre ellos en Libia, Burundi, Somalia, Eritrea, Yemen, Filipinas y Colombia.

Sostiene que la importanci­a de los procesos de paz adelantado­s en Colombia radica en la visibiliza­ción de las víctimas. “Gracias a la sociedad civil, la bandera de las víctimas es alta y fuerte. Y muchas personas están tratando de arreglar su situación”.

Del proceso de paz, del impacto en la realidad nacional y del futuro del país dialogamos con el consultor internacio­nal.

P ¿Qué percepción tiene sobre el impacto del Acuerdo de Paz en Colombia?

R La gente ha cambiado mucho... Al principio se mostraba prevenida, lo que es entendible porque se trata de un cambio del Estado, un cambio de la sociedad, un cambio de situación de guerra hacia una sociedad en calma. Sin embargo, más allá del Acuerdo de paz suscrito con las Farc, también hay que entender por qué existen bandas armadas en Colombia.

P ¿Cómo conciliar las necesidade­s de las personas que están desmoviliz­ándose con las que fueron víctimas del conflicto?

R Ese es un punto clave de los procesos de paz en Colombia. La idea de las víctimas ha sido una situación particular de su país. Gracias a la sociedad civil, la bandera de las víctimas es alta y fuerte. La implementa­ción de los acuerdos permitirá que muchas personas puedan arre- glar sus situacione­s. El problema es que han sido más de 50 años de víctimas. Tenemos tres o casi cuatro generacion­es de víctimas. Hay gente que ha sido desplazada hasta en cinco oportunida­des, hay refugiados fuera del país... En fin, es un punto importante para reconocer la existencia de las víctimas y su necesidad de ser escuchadas. Pero, poder reaccionar y cambiar la situación de los excombatie­ntes al mismo tiempo que a las víctimas es el reto grande de Colombia. No solamente debemos tener programas de las Fuerzas Armadas para seguir desarrolla­ndo operacione­s contra las Bacrim y contra todas las organizaci­ones que causan daño a la sociedad, sino que se necesitan programas socio-económicos que refuercen el esfuerzo, que den capacitaci­ón –como la que ofrece el Sena, que es una de los mejores del mundo– para que la gente pueda acceder a mejores trabajos. También urge adecuar y limpiar escuelas y rutas, dar electricid­ad, suministra­r agua potable, para facilitar el acceso a la gente.Si se puede cambiar la minería ilegal por la legal, si se pueden imponer impuestos sobre esos recursos de leña u oro, se puede llegar a la gente del campo y de las ciudades para ayudarla a cambiar su situación socioeconó­mica. Repito: no son unilateral­mente las Fuerzas Armadas –que son la mano dura–, las que generarán los cambios y lograrán las transforma­ciones. La mano suave es la que se da a través de cambios socio-económicos, con el objetivo de apoyar la reintegrac­ión de los ex combatient­es, de los desplazado­s y de las víctimas a la nueva Colombia.

P Y, ¿cómo armonizar la paz entre quienes promoviero­n el proceso y quienes se opusieron?

R Esa es una pregunta clave. Tenemos que mirar que una sociedad tiene derecho a sus comunicaci­ones, tiene derecho a disentir u oponerse a un proceso, o a apoyarlo. Siempre hay campos políticos, campos socio-económicos… La idea es llevar al país en una nueva dirección que todos puedan aceptar. Eso no es fácil. Es un cambio de sentido político, que exige escuchar más a los diferentes grupos dentro del país que pueden mirar adelante y establecer un nuevo clima político. Es decir, trabajar unidos en lugar de combatirse. Para poder hacerlo necesitamo­s un clima que sea más o menos seguro. Ya estamos en el punto de reducir la insegurida­d, gracias a las negociacio­nes con AUC y Farc, y ahora con el ELN, pero queda un gran problema, que son las Bacrim, sobre las que tiene que continuar la presión, no sólo de mano dura.

P ¿Qué diferencia­s observa entre el proceso de paz suscrito con las Farc y otros en los que ha intervenid­o en el mundo?

R Cada proceso de paz es diferente. Podemos mirar, podemos entender, podemos aprender lo que pasó en otro proceso, pero cada uno de ellos –incluso los desarrolla­dos en su país– es distinto. Durante los catorce o quince procesos, o más, desarrolla­dos en Colombia durante los últimos cincuenta años, ha habido similitude­s y grandes diferencia­s. Los procesos realizados con el M-19, con las AUC, con las Farc, y ahora con el ELN, han sido distintos. Se puede estudiar qué se hizo bien, qué hicimos mal, qué hicimos no suficiente­mente bien, qué se puede mejorar, qué fue exitoso… Para tener en cuenta y crear un nuevo programa. Pero el ELN no es la Farc. El ELN tiene raíces distintas, tiene otras capacidade­s, tiene maneras muy diferentes de resolver los problemas.

P Perspectiv­a de género, inclusión social y derechos de las minorías…

R No se trata solo de inclusión de género, sino que el género forma parte del programa desde su inicio. Se trata de construir la paz junto con las mujeres, con las minorías, con los indígenas, con la población afro… Que desde los inicios formen parte de las comisiones, de la negociació­n. Todos y todas tienen derecho a incluir su visión en la nueva forma, porque se trata de un país que está conformado por diferentes grupos, masculinos y femeninos. Ha sido duro, pero se avanza. Si estudiamos la historia, durante los últimos 70 años ha cambiado mucho el mundo. Anteriorme­nte, las mujeres no tenían ni el derecho a votar. Hoy hay muchas mujeres involucrad­as que están trabajando muy duro en el proceso. Igual sucede con hombres y mujeres de las Fuerzas Armadas, que están comprometi­dos con los cambios de paradigmas.

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CORTESÍA El holandés Cornelis Steenken es experto en desarme, desmoviliz­ación y reintegrac­ión.

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