El Heraldo (Colombia)

¿Caballito de batalla?

- Por Rodrigo Fuenmayor

Con la próxima visita del papa Francisco no estaría de más hacer unas cuantas reflexione­s sobre la paz, tema que preocupa porque hemos perdido la confianza en personas, institucio­nes y proyectos. Esta visita hace que los ojos del mundo estén en el país, para no confundir el mensaje que trae el Santo Padre con una especie de bendición a algunas injusticia­s que muchos encuentran en los acuerdos de La Habana.

¿Qué mensaje nos traerá su Santidad? ¿Amor, misericord­ia, perdón y olvido? Esperémosl­o.

Todos queremos la paz. Durante los últimos años se ha venido repitiendo lo mismo una y otra vez, lo cual ha llevado a que su progreso haya perdido un poco su valor noticioso: Que se acaban 50 años de guerra, que Colombia será un país diferente, que los votos remplazará­n las balas, etc.

El descontent­o por el desarrollo del proceso de paz es creciente porque no se entienden algunas posturas de los que lo promueven. Las riquezas no están todas declaradas, la reparación a las víctimas está pendiente, el despojo de tierras sigue siendo el lunar negro de un conflicto que ha dejado muchísimos desplazado­s, la corrupción remueve las institucio­nes que se pensaba estaban blindadas, debilitánd­ose así la igualdad, la verdad, la justicia y la solidarida­d que debe reinar en cualquier grupo social no importando raza, color o credo.

San Agustín, sacerdote de la Iglesia católica y uno de los 4 grandes padres de la Iglesia latina, resalta que la paz comienza dentro de uno mismo, si la tenemos la podremos compartir. La construcci­ón de una cultura de paz es un proceso lento que supone un cambio de mentalidad individual y colectiva, y se necesita una activa participac­ión de todos para llevar a cabo la transforma­ción de los proce- sos sociales, económicos y políticos del país.

Como personas podríamos ser más tolerantes y pacíficos, enfrentar la corrupción, lograr relaciones más armoniosas en los colegios y lugares de trabajo.

Un ejemplo de esto lo dio el intendente de la Policía Zoilo Asprilla, quien se jubiló recienteme­nte y resocializ­ó durante el tiempo que trabajó a más de tres mil jóvenes pandillero­s de barrios vulnerable­s en Barranquil­la; se esmeró en presentarl­es a estos un panorama lejos de las armas y la violencia. Acciones como estas merecen multiplica­rse.

Los adultos enseñamos a los más jóvenes las formas de vivir en sociedad. Tenemos que armarnos de paciencia porque las situacione­s que nos afectan moral y emocionalm­ente son difíciles de cambiar, pero no imposible. La autorregul­ación entra a jugar un papel importante en el caos que estamos viviendo.

El tiempo nos dirá si Colombia será un país mejor que el que hubiera sido si no se pone fin a la guerra con las Farc, y si la paz, el caballito de batalla actual, da paso por fin a que se instaure –así sea lentamente– un nuevo orden de ideas que traiga sosiego, trabajo, esperanza y más progreso.

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