¿Caballito de batalla?
Con la próxima visita del papa Francisco no estaría de más hacer unas cuantas reflexiones sobre la paz, tema que preocupa porque hemos perdido la confianza en personas, instituciones y proyectos. Esta visita hace que los ojos del mundo estén en el país, para no confundir el mensaje que trae el Santo Padre con una especie de bendición a algunas injusticias que muchos encuentran en los acuerdos de La Habana.
¿Qué mensaje nos traerá su Santidad? ¿Amor, misericordia, perdón y olvido? Esperémoslo.
Todos queremos la paz. Durante los últimos años se ha venido repitiendo lo mismo una y otra vez, lo cual ha llevado a que su progreso haya perdido un poco su valor noticioso: Que se acaban 50 años de guerra, que Colombia será un país diferente, que los votos remplazarán las balas, etc.
El descontento por el desarrollo del proceso de paz es creciente porque no se entienden algunas posturas de los que lo promueven. Las riquezas no están todas declaradas, la reparación a las víctimas está pendiente, el despojo de tierras sigue siendo el lunar negro de un conflicto que ha dejado muchísimos desplazados, la corrupción remueve las instituciones que se pensaba estaban blindadas, debilitándose así la igualdad, la verdad, la justicia y la solidaridad que debe reinar en cualquier grupo social no importando raza, color o credo.
San Agustín, sacerdote de la Iglesia católica y uno de los 4 grandes padres de la Iglesia latina, resalta que la paz comienza dentro de uno mismo, si la tenemos la podremos compartir. La construcción de una cultura de paz es un proceso lento que supone un cambio de mentalidad individual y colectiva, y se necesita una activa participación de todos para llevar a cabo la transformación de los proce- sos sociales, económicos y políticos del país.
Como personas podríamos ser más tolerantes y pacíficos, enfrentar la corrupción, lograr relaciones más armoniosas en los colegios y lugares de trabajo.
Un ejemplo de esto lo dio el intendente de la Policía Zoilo Asprilla, quien se jubiló recientemente y resocializó durante el tiempo que trabajó a más de tres mil jóvenes pandilleros de barrios vulnerables en Barranquilla; se esmeró en presentarles a estos un panorama lejos de las armas y la violencia. Acciones como estas merecen multiplicarse.
Los adultos enseñamos a los más jóvenes las formas de vivir en sociedad. Tenemos que armarnos de paciencia porque las situaciones que nos afectan moral y emocionalmente son difíciles de cambiar, pero no imposible. La autorregulación entra a jugar un papel importante en el caos que estamos viviendo.
El tiempo nos dirá si Colombia será un país mejor que el que hubiera sido si no se pone fin a la guerra con las Farc, y si la paz, el caballito de batalla actual, da paso por fin a que se instaure –así sea lentamente– un nuevo orden de ideas que traiga sosiego, trabajo, esperanza y más progreso.