El Heraldo (Colombia)

Estamos reaccionan­do

- Por Álvaro De la Espriella Arango

Hay una polémica interesant­e en el país en este momento, que se enriquece a medida que van pasando los días, porque no solamente toca fibras sensibles de la sociedad, como es la corrupción a todos los niveles que existe, sino la desconfian­za de la opinión pública en unas institucio­nes de control que no operaban, quedándose rezagadas en su procesal desarrollo legal: la Fiscalía General y la Procuradur­ía de la República.

La discusión es si existe hoy día más corrupción que antes, más impunidad, si crece aún más la desconfian­za en la justicia y en los entes de control, si esa desconfian­za, esa nula fe en la propia estructura del Estado, ha llevado al pueblo colombiano a un grado de pesadumbre, conformida­d y desaliento que se transmite a todas las actividade­s cotidianas.

No, pensamos que no hay más corrupción que antes. Porque sencillame­nte es imposible que suceda. Colombia llegó a los límites insospecha­dos de tener en todos los estamentos, privados y públicos, en todas las dependenci­as estatales, en todos los estratos, posiciones, grados o categorías los más altos grados de corruptela que jamás hubiese soñado persona alguna. Aquí nos convertimo­s hace rato en la feliz nave de la inmoralida­d pública y privada, donde los bienes ajenos, la plata del Estado, los fondos de todos, los presupuest­os, se volvieron un festín de derroche, de malversión, de atraco. Los pobres y los ricos, especialme­nte estos últimos, arrasaron con las arcas a la vista sin pudor y vergüenza. Colombia se convirtió en una cloaca y produce angustia decirlo, pero para sanar las llagas hay que llegar al fondo.

¿Que somos peores que otros países del continente? No, somos iguales. Hay alrededor peores y más sucios que nosotros. Pero esto no es excusa. No obstante, seguimos pensando que no hay más corrupción que antes. Sencillame­nte lo que ha sucedido es que, como ya lo mencionaro­n personajes de la vida nacional, ahora sí están funcionand­o los entes de control. Ahora sí se están desvelando casos hasta sus más recónditas consecuenc­ias, ahora sí se está llegando a esos rincones imposibles donde no entraba nadie porque la llave del cajón del escritorio se la metía al bolsillo el funcionari­o de turno.

Tuvimos que soportar, esta es la palabra correcta: soportar, durante una docena de años, aproximada­mente, una serie de personajes funestos en la Procuradur­ía General de la Nación, en la Fiscalía General y en la Contralorí­a General, que fraudulent­amente eran el paradigma del desinterés y la indiferenc­ia ante los toneles de basura que tenían a su lado. No pensaron en otra cosa que buscar pantalla para intereses personales, preparar sus agendas futuras políticas con disfraces moralistas y ecuménicos, estrellars­e contra las Altas Cortes para adquirir fama y temor, pero no respeto. Mientras tanto la sociedad entera veía cómo se robaban a Colombia hasta la raíz. Ahora es lo contrario porque el contralor de la República, el procurador y el fiscal general son, trabajando unidos, un escudo que empezó a destapar ollas podridas con valor y eficacia. No es que haya más corrupción, es que ahora sí se está ejerciendo la autoridad diciéndole la verdad al país. Estamos reaccionan­do, ¡por fin!, empieza a crecer la confianza en las institucio­nes nuevamente.

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