Estamos reaccionando
Hay una polémica interesante en el país en este momento, que se enriquece a medida que van pasando los días, porque no solamente toca fibras sensibles de la sociedad, como es la corrupción a todos los niveles que existe, sino la desconfianza de la opinión pública en unas instituciones de control que no operaban, quedándose rezagadas en su procesal desarrollo legal: la Fiscalía General y la Procuraduría de la República.
La discusión es si existe hoy día más corrupción que antes, más impunidad, si crece aún más la desconfianza en la justicia y en los entes de control, si esa desconfianza, esa nula fe en la propia estructura del Estado, ha llevado al pueblo colombiano a un grado de pesadumbre, conformidad y desaliento que se transmite a todas las actividades cotidianas.
No, pensamos que no hay más corrupción que antes. Porque sencillamente es imposible que suceda. Colombia llegó a los límites insospechados de tener en todos los estamentos, privados y públicos, en todas las dependencias estatales, en todos los estratos, posiciones, grados o categorías los más altos grados de corruptela que jamás hubiese soñado persona alguna. Aquí nos convertimos hace rato en la feliz nave de la inmoralidad pública y privada, donde los bienes ajenos, la plata del Estado, los fondos de todos, los presupuestos, se volvieron un festín de derroche, de malversión, de atraco. Los pobres y los ricos, especialmente estos últimos, arrasaron con las arcas a la vista sin pudor y vergüenza. Colombia se convirtió en una cloaca y produce angustia decirlo, pero para sanar las llagas hay que llegar al fondo.
¿Que somos peores que otros países del continente? No, somos iguales. Hay alrededor peores y más sucios que nosotros. Pero esto no es excusa. No obstante, seguimos pensando que no hay más corrupción que antes. Sencillamente lo que ha sucedido es que, como ya lo mencionaron personajes de la vida nacional, ahora sí están funcionando los entes de control. Ahora sí se están desvelando casos hasta sus más recónditas consecuencias, ahora sí se está llegando a esos rincones imposibles donde no entraba nadie porque la llave del cajón del escritorio se la metía al bolsillo el funcionario de turno.
Tuvimos que soportar, esta es la palabra correcta: soportar, durante una docena de años, aproximadamente, una serie de personajes funestos en la Procuraduría General de la Nación, en la Fiscalía General y en la Contraloría General, que fraudulentamente eran el paradigma del desinterés y la indiferencia ante los toneles de basura que tenían a su lado. No pensaron en otra cosa que buscar pantalla para intereses personales, preparar sus agendas futuras políticas con disfraces moralistas y ecuménicos, estrellarse contra las Altas Cortes para adquirir fama y temor, pero no respeto. Mientras tanto la sociedad entera veía cómo se robaban a Colombia hasta la raíz. Ahora es lo contrario porque el contralor de la República, el procurador y el fiscal general son, trabajando unidos, un escudo que empezó a destapar ollas podridas con valor y eficacia. No es que haya más corrupción, es que ahora sí se está ejerciendo la autoridad diciéndole la verdad al país. Estamos reaccionando, ¡por fin!, empieza a crecer la confianza en las instituciones nuevamente.