El rebusque de los venezolanos en un semáforo de la Circunvalar
Más de 50 jóvenes, adultos y niños, procedentes del vecino país, se ubican desde temprano en esa vía para ganarse unos pesos limpiando vidrios y vendiendo bebidas.
“Es triste tener que dejarlo todo para huir de tu propio país”.
El cambio de luz de verde a rojo del semáforo ubicado en la Circunvalar, en la entrada al barrio La Paz, les indica a los conductores que deben detener sus vehículos y esperar. Para César Perdomo es una oportunidad de 45 segundos para limpiar la mayor cantidad de panorámicos posibles a cambio de una moneda.
Ya ha pasado un mes y medio desde que decidió salir de Trujillo, Venezuela, en compañía de su hermano mayor. Ambos llegaron a Barranquilla con la ilusión de encontrar un trabajo que les permitiera no solo subsistir en tierras foráneas, sino de enviar dinero para los familiares que se quedaron en el vecino país.
“Vine consciente de que acá tenía que sudarla. El día que me vine mi mamá me dio la bendición y me dijo que trabajara en algo honesto y no me metiera en problemas”, recordó el joven de 23 años, mientras contaba algunas monedas que luego guardó en el bolsillo de su pantalón.
Así como César, son más de 50 venezolanos los que diariamente y desde tempranas horas se ubican a lo largo de la Circunvalar para limpiar vidrios, vender agua, bebidas energizantes y todo tipo de productos.
Con sus brazos y rostros cubiertos por el inclemente sol, que en ocasiones alcanza los 40°, decenas de jóvenes, adultos e incluso niños, aprovechan el pare al que se ven obligados cientos de conductores para ganarse el dinero de su alimentación, pagar el alquiler de las piezas donde viven y realizar y ayudar a sus seres queridos.
“Toca sudarla para poder enviar ayudas a la familia”.
“No queremos que nos tilden de rateros, solo trabajamos”.
SUBSISTENCIA.“En un día bueno me hago que si los 25 mil o los 30 mil. Eso sí, si me quedo desde las 7:00 a.m. hasta las 10:00 p.m. o 11:00 p.m.”, contó Donnyc Brito, quien llegó desde Valencia hace más de tres meses junto con su esposa y su hijo.
Mientras la luz cambia a rojo y aprovecha para sentarse en el separador de la Avenida Circunvlar, Donnyc recordó que la decisión de venir a Colombia la tomó luego de que cayó la venta de hortalizas, negocio al que se dedicaba mientras vivía en su país.
“La situación se volvió insostenible. La gota que rebosó la gota fueron los dos días que mi esposa y yo pasamos sin comer, a duras penas conseguimos un poco de arroz que nos regalaron para el niño. En este momento entendimos que debíamos huir de nuestro propio país”.
Desde entonces Donnyc y su esposa viven en Barranquilla. Mientras él se rebusca limpiando vidrios en el semáforo, su esposa trabaja en una casa de familia en la que le permiten tener a su hijo de tres años. Entre los dos pagan los $10 mil diarios de la pieza en la que viven en el barrio El Pueblo, la comida diaria y envían una pequeña parte de sus ganancias al vecino país, en el que sus familiares aún padecen, según afirman, “las decisiones infames de Maduro”.
HONESTOS. Abandonar su familia y sus sueños es lo más duro que ha vivido Argeny Chirinos. Al empeorar la situación de su país se sumó al éxodo de venezolanos que han llegado a todos los rincones del país, especialmente, la Región Caribe, en busca de mejores condiciones de vida.
“Pasé de ser un estudiante universitario a un limpiavidrios. No me da pena decirlo, ningún trabajo es deshonra, lo que duele en realidad es tener que dejar todo para poder conseguir cosas tan elementales como leche o pastillas para el dolor de cabeza”, narró el joven, quien pidió a los barranquilleros que no juzguen a los venezolanos que vienen a trabajar y no hacer daño.
Indicó que aunque algunos de sus compatriotas han sido relacionados con robos y otros delitos, la mayoría llegó a Colombia para ganarse la vida con el sudor de su frente.
“A veces nos acusan de que robamos celulares o bolsos. Nosotros en este punto nos cuidamos entre todos, nos hemos hecho amigos y si toca perseguir a un ratero lo hacemos. No creo que limpiando vidrios o vendiendo agua le hagamos un mal a nadie”, manifestó Chirinos mientras sonriente recibía la moneda de una mano que se estiraba por la ventanilla de un carro al que le acababa de limpiar el vidrio trasero.