Partido de firmas
Cuando Bertha Pérez De Caro y Roberto Caballero Lafaurie –mis abuelos maternos–se conocieron y se enamoraron, muchos no estuvieron a favor de esa unión. Ambos habían nacido en el mismo pueblo del Magdalena, ambos habían sido bautizados como católicos, y ambos venían de familias dedicadas a la agricultura y al ganado. Sin embargo, había algo que los diferenciaba, algo que para la época significaba un verdadero escándalo: pertenecían a partidos políticos distintos.
En aquel entonces, hacer parte de un partido político era casi tan importante como hacer parte de una religión. En aquel entonces, lo común era que liberal se casara con liberal, y que conservador se casara con conservador. En aquel entonces, un rojo no era capaz de votar azul, y a un azul le parecía insostenible votar en rojo.
Sin embargo, con el tiempo la cosa fue cambiando. Se empezaron a crear nuevas vertientes y, a partir de la finalización del Frente Nacional, se abrió una puerta antes cerrada, y fueron naciendo partidos políticos a la lata. Para bien o para mal, la cantidad de ofertas disponibles y la poca vida de muchos de estos generó que hacer parte de un partido perdiera importancia, hasta el punto en el que hoy día, a menos de que estés metido en política, me atrevería a decir que a nadie le interesa estar registrado en uno de estos, pues ya nadie vota por la institución, sino por la persona en la que creen o por la que les paga por su voto.
No quisiera devolver el tiempo para tener que vivir en una época en la que los pueblos eran obligados a decorar sus casas de color rojo o azul, lo que indudablemente terminaba siendo un ‘mazacote’ de morados, ni quisiera tener que vivir en aquellos tiempos en los que los perjuicios disfrazados de ideales generaron tanta violencia y odio por tantos años, pero tampoco me gusta tener que vivir en esta época de tanto ‘perrateo’ político. Ya he perdido la cuenta de quién está con quién o quién cree qué, pues todo depende de los intereses del momento y a pocos les importa mantener la coherencia en su discurso. Los partidos políticos hoy son un chiste, pues los avales entregados terminan ensuciando tanto su nombre, que, al igual como sucede con las discotecas que pasan de moda, hay que cambiarles la fachada, redecorar el sitio y esperar que la gente se crea el cuento de que está en uno completamente nuevo.
Estamos viviendo una época de absoluta crisis institucional, pues para nadie es un secreto que ya nadie cree en nada. Y es que, verdaderamente, se han pasado de piña. Ni la Fiscalía, ni la Corte Suprema de Justicia, ni la Procuraduría, ni los directores de las campañas políticas, y, por supuesto, ni los congresistas, entre muchos otros funcionarios públicos, se salvan de estar metidos en la olla podrida. Es por esta razón, que para esta nueva contienda electoral, entre menos políticos parezcan, entre más desligados estén de las instituciones y de los partidos políticos manchados, más posibilidades tendrán de ser elegidos. Básicamente, el que esté amarrado a un Partido ‘viejo’, ‘tradicional’, ‘de alcurnia’, ‘de cachaquería’ y ‘de delfines’, pierde.
Así que saquen sus plumeros y sintonicen esta nueva telenovela política, una que tendrá a los actores de siempre, pero con una apariencia completamente distinta.