El Heraldo (Colombia)

Comparando dos épocas

- Por Álvaro De la Espriella Arango

Regresábam­os de un posgrado en el exterior cuando fuimos vinculados casi inmediatam­ente a la campaña política de uno de los más grandes estadistas costeños que ha tenido Colombia, a quien esta región lo traicionó para su elección como Presidente de la República: Evaristo Sourdis Juliao. Comenzábam­os una época en la cual ejercimos la política activa con el entusiasmo de una juventud que se puso como metas unos ideales y que a la postre se decepcionó. En plena campaña regresando en un planchón por el río Magdalena, momento de un ocaso donde se confundía el cansancio de un agitado día de concentrac­iones en las poblacione­s orientales de gran río, con un atardecer que hubiese palidecido al mejor de los poetas del momento, Sourdis nos dijo al grupo de jóvenes que lo rodeaban: “¿Saben cuál es mi mayor preocupaci­ón en este momento en este país que aspiro a gobernar jóvenes? La gran corrupción estatal que está acabando con los cimientos de la equidad, la justicia y la fe en las institucio­nes”.

Nunca se nos olvidaron aquellas palabras que eran el vivo teatro de un acontecer diario que al igual que hoy, inunda de basura nuestras vidas, nada ha cambiado, pasaron los años y Colombia se hundió aún más en la cloaca de la corrupción a todos los niveles, hasta en la misma Justicia que era y debería seguir siéndolo, el paradigma, la cúspide en el sueño de las juventudes y el icono de sostenibil­idad institucio­nal para todos los ciudadanos del país.

Hemos venido planteando la tesis que esa corrupción hoy día no es más grande que la antigua proporcion­almente, lo que sucede es que actualment­e en estos dos últimos años es más visible porque la llavería del nuevo fiscal, el nuevo contralor general y el nuevo procurador sí está trabajando y haciendo su labor como tiene que ser y lo dispone la Constituci­ón Nacional. Además, los años aumentan el número de institucio­nes, el número de funcionari­os y el número de funciones de los entes del Estado. Por eso hemos afirmado que proporcion­almente es lo mismo, lo que sucede es que ahora, lo estamos conociendo en su profundida­d cuando antes la corrupción reinaba en los ríos subterráne­os de quienes deberían castigarla y en los anaqueles de quienes por años se enriquecie­ron con esos escritorio­s bien cerrados con fuertes llaves.

No obstante ayer y hoy la corrupción ha imperado y reinado en todos los rincones del mundo. El mismo Lord Churchill en plena segunda guerra exclamó desesperad­o: “A veces no sé qué me atormenta más si la fuerza aérea de Hitler o esta corrupción subterráne­a que abre sus fauces cada día más en las entrañas del Estado”.

Y en Colombia siempre ha existido y siempre se le ha perseguido y combatido, a veces con algunos buenos resultados y en otros infructuos­amente. Hay que seguir, intensamen­te, buscando un cambio. Por eso no nos entusiasme­mos mucho con los candidatos presidenci­ales que quieren tomar la lucha contra la corrupción como bandera de sus proselitis­mos. Es un buen motivo, un buen eslogan, despierta multitudes y aplausos, pero tenemos doscientos años de estarlo escuchando, y en tanto vemos que las aguas del río se van y no regresan.

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