El Heraldo (Colombia)

Democracia y plebiscito­s

- Por Alfredo Ramírez Nardiz @alfnardiz

La pregunta pudiera parecer una boutade. Una tontería tan paradójica como absurda. Preguntar si los referendos o los plebiscito­s son democrátic­os parece como preguntar si los dulces llevan azúcar. Pero, lo cierto, es que hay dulces que no llevan azúcar. Saben dulce, parecen dulce, pero no tienen nada de azúcar. En su lugar viven atiborrado­s de edulcorant­es artificial­es y otras sustancias químicas que simulan el azúcar pero que no lo son.

Algo así se opina cada vez más de los referendos y los plebiscito­s: parecen democracia, se ven como democracia, pero en su interior habita en no pocas ocasiones algo que no es democracia. ¿Y qué es? Sartori decía que demagogia. El intento, generalmen­te contraprod­ucente, de buscar el ideal democrátic­o. Eso en el mejor de los casos. La voluntad de un demagogo de manipular al pueblo para lograr sus intereses personales. Eso casi todas las veces. Piensen ustedes en un referendo como el que llevó a la salida del Reino Unido de la Unión Europea. Plagado de mentiras y de medias verdades, cuajado de racismo y xenofobia, ha conducido a una ruptura política y económica que, inevitable­mente, causará daños a ambos lados del Canal de la Mancha.

Piensen en el referendo catalán de hace un poco más de un mes. Cataluña fracturada y enfrentada al resto de España. Y, si triunfara lo en él votado, auto expulsada de la Unión Europea. Piensen en referendos como los de Erdogan en Turquía u Orban en Hungría. Claros instrument­os de fortalecim­iento personal del poder y de debilitami­ento de las institucio­nes democrátic­as. ¿Y qué opinión tienen del plebiscito colombiano del año pasado?

Viene bien recordar de vez en cuando qué es la democracia. Leer a clásicos como Kelsen o Loewenstei­n. Volver a lo básico antes de adentrarno­s en las procelosas aguas de la innovación. La democracia es limitación del poder. El voto popular no es un fin en sí mismo, sino un instrument­o para lograr dicha limitación. La representa­ción es el medio para lograrlo de un modo que permita la negociació­n y los acuerdos transversa­les que no rompan la sociedad, sino que la mantengan unida aun y sus diferentes sensibilid­ades e intereses contrapues­tos.

El parlamento el lugar donde hacerlo. La consulta directa a la ciudadanía, con forma de pregunta en la que solo cabe responder sí o no, donde se tiende a simplifica­r maniqueame­nte el objeto del debate y que, por necesidad, divide al pueblo en dos mitades una opuesta a la otra, irreconcil­iables, victoriosa una, derrotada la otra, no puede ser más que la excepción.

No tiene por qué desaparece­r, pero sí que ha de ser manejado como la mercancía peligrosa que es. Su uso gratuito para resolver cuestiones cuya solución es responsabi­lidad de los políticos (para algo los pagamos) debe ser criticado. Sus, en ocasiones, lamentable­s consecuenc­ias en forma de establecim­iento de un falso enfrentami­ento entre voluntad popular e imperio de la ley deben ser evitadas. Su utilizació­n interesada y malintenci­onada por oportunist­as de la política debe ser denunciada.

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