Democracia y plebiscitos
La pregunta pudiera parecer una boutade. Una tontería tan paradójica como absurda. Preguntar si los referendos o los plebiscitos son democráticos parece como preguntar si los dulces llevan azúcar. Pero, lo cierto, es que hay dulces que no llevan azúcar. Saben dulce, parecen dulce, pero no tienen nada de azúcar. En su lugar viven atiborrados de edulcorantes artificiales y otras sustancias químicas que simulan el azúcar pero que no lo son.
Algo así se opina cada vez más de los referendos y los plebiscitos: parecen democracia, se ven como democracia, pero en su interior habita en no pocas ocasiones algo que no es democracia. ¿Y qué es? Sartori decía que demagogia. El intento, generalmente contraproducente, de buscar el ideal democrático. Eso en el mejor de los casos. La voluntad de un demagogo de manipular al pueblo para lograr sus intereses personales. Eso casi todas las veces. Piensen ustedes en un referendo como el que llevó a la salida del Reino Unido de la Unión Europea. Plagado de mentiras y de medias verdades, cuajado de racismo y xenofobia, ha conducido a una ruptura política y económica que, inevitablemente, causará daños a ambos lados del Canal de la Mancha.
Piensen en el referendo catalán de hace un poco más de un mes. Cataluña fracturada y enfrentada al resto de España. Y, si triunfara lo en él votado, auto expulsada de la Unión Europea. Piensen en referendos como los de Erdogan en Turquía u Orban en Hungría. Claros instrumentos de fortalecimiento personal del poder y de debilitamiento de las instituciones democráticas. ¿Y qué opinión tienen del plebiscito colombiano del año pasado?
Viene bien recordar de vez en cuando qué es la democracia. Leer a clásicos como Kelsen o Loewenstein. Volver a lo básico antes de adentrarnos en las procelosas aguas de la innovación. La democracia es limitación del poder. El voto popular no es un fin en sí mismo, sino un instrumento para lograr dicha limitación. La representación es el medio para lograrlo de un modo que permita la negociación y los acuerdos transversales que no rompan la sociedad, sino que la mantengan unida aun y sus diferentes sensibilidades e intereses contrapuestos.
El parlamento el lugar donde hacerlo. La consulta directa a la ciudadanía, con forma de pregunta en la que solo cabe responder sí o no, donde se tiende a simplificar maniqueamente el objeto del debate y que, por necesidad, divide al pueblo en dos mitades una opuesta a la otra, irreconciliables, victoriosa una, derrotada la otra, no puede ser más que la excepción.
No tiene por qué desaparecer, pero sí que ha de ser manejado como la mercancía peligrosa que es. Su uso gratuito para resolver cuestiones cuya solución es responsabilidad de los políticos (para algo los pagamos) debe ser criticado. Sus, en ocasiones, lamentables consecuencias en forma de establecimiento de un falso enfrentamiento entre voluntad popular e imperio de la ley deben ser evitadas. Su utilización interesada y malintencionada por oportunistas de la política debe ser denunciada.