Los hombres tienen la palabra
Las escritoras colombianas no se están quedando calladas. Ante un gesto que señalaba más de lo mismo, han salido a denunciar, a hacer bulla, a sentar posiciones. Quiero dar la palabra en esta columna, a un par de varones del pasado un poco distante. De todos modos, siempre han tenido la pa- labra. Y ese pasado está bien presente en los actos cotidianos invisibles de nuestra cultura.
Viajar a Francia, ese sitio idealizado por muchos de nuestros intelectuales, se ha convertido en un honor durante algo que se llama “el año cruzado”. Me parece beneficioso traer a la memoria evento de esa afamada época de la Ilustración que inspira aún a la mayoría de las instituciones educativas en Colombia.
En 1971 Olympe de Gouges (1748-1793) escribió La Declaración de los derechos de la mujer y la ciudadana. Fue enviada a la guillotina durante el Reino del Terror, en Francia. Este es un fragmento de la carta que su padre le escribe cuando se entera de que ella se ha convertido en escritora:
“No esperéis, señora, que me muestre de acuerdo con vos sobre este punto. Si las personas de vuestro sexo pretenden convertirse en razonables y profundas en sus obras, ¿en qué nos convertiríamos nosotros los hombres, hoy en día tan ligeros y superficiales? Adiós a la superioridad de la que nos sentimos tan orgullosos. Las mujeres dictarían las leyes. Esta revolución sería peligrosa. Así pues, deseo que las Damas no se pongan el birrete de Doctor y que conserven su frivolidad hasta en los escritos. En tanto que carezcan de sentido común serán adorables. Las mujeres sabias de Molière son modelos ridículos. Las que siguen sus pasos son el azote de la sociedad. Las mujeres pueden escribir, pero conviene para la felicidad del mundo que no tengan pretensiones”.
En 1792 Mary Wollstonecraft (1759-1797) escribe La vindicación de los derechos de la mujer como respuesta a los teóricos de su época, como el famoso Rousseau, quienes no creían que la mujer debería recibir educación. Es también una respuesta a Charles Maurice de Telleyrand-Perigord, quien había presentado en 1791, ante la Asamblea Nacional de Francia lo siguiente:
“Hagamos que las mujeres no aspiren a las ventajas que la Constitución les ha negado y que en cambio aprecien las que se les garantizan. Los hombres están destinados a vivir en el escenario del mundo. La educación pública es buena para ellos: les ayuda a ver tempranamente todas las escenas de la vida. La casa paterna es mejor para la educación de las mujeres: ellas necesitan menos el aprender a manejar los intereses de los demás y deben acostumbrarse a una vida calmada y recluida.”
Quedarse en casa, entonces, es parte de la misma situación, pero de otro modo. Sigamos escribiendo en habitaciones propias y viajando con nuestros propios recursos. Visitemos a quienes nos dé la gana, sin genuflexiones poscoloniales. Sigamos escribiendo, aunque, todavía, ser mujer escritora y tener acceso a la publicación de las obras, no sea fácil en Colombia. A pesar de todo, la palabra, aunque en español es femenina, no tiene género.