El Heraldo (Colombia)

¡Qué programazo!

- Por Antonio Celia C. Antonioace­lia32@hotmail.com

Las había transparen­tes con un adorno en su interior parecido a un minicasqui­to de guayaba retorcido. También las había con el adorno amarillo, azul o verde. Eran las más comunes de las bolitas de uñita. Otras eran blancas con un tornasol de colores. Parecían un arcoíris. Eran las 10 de la mañana de un domingo a fines de mes. El sábado anterior, en el patio del antiguo Colegio Biffi, el prefecto, el severo Hno. Máximo, había leído por el altoparlan­te los nombres de los alumnos que habían obtenido los primeros puestos en el ‘boletín’ de esa semana. Como yo me mantuve todo el mes en los primeros puestos, merecía un premio, un estímulo. Pero los premios de antes no eran como los de ahora, porque no había planes de week-end en lujosos hoteles en Cartagena, ni comidas en restaurant­es de sofisticad­os y ‘jeringonce­scos’ nombres, cuyo precio es directamen­te proporcion­al al nombre; ni ‘aparaticos’ para premiar al niño. Los premios eran más sencillos y de otra índole. Uno de los que yo más disfrutaba era cuando mis padres me llevaban al Almacén Iris –un paraíso para los niños– a comprar bolitas de uñita. Luego íbamos al Tía y de allí al Ley para completar mi ‘botín’ de bolitas. De allí, a misa de 12 en San José, y después de la misa, a degustar un jugoso filete a la parrilla en la Lunchería Americana y un ‘frozo malt’ en la Heladería Americana de la calle San Blas. Y para terminar la celebració­n, a matiné en el Apolo o en el Murillo. Era una forma de estimular al niño, y lo que en esa época era ‘un programazo’, hoy no sería ningún estímulo, dado el ‘tumochismo’ que se ha generaliza­do en nuestra sociedad.

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