El poder egoísta
En la discusión que trata de resolver los problemas más dramáticos de nuestra sociedad llegamos siempre al tema del poder. Si la política es la actividad humana que tiene como objetivo dirigir la acción del Estado en beneficio de la comunidad, si el ciudadano espera que los políticos gobiernen para todos, debería preguntarse antes si ese acto suyo de delegación beneficia a su ciudad. ¿Acaso no se limita la democracia al mero acto de votar por unos candidatos?, ¿no debería ser más participativa, con seguimiento de programas y acuerdos?, ¿más exigente, pidiendo cuentas en un lenguaje accesible a todos? Creo que nos debemos ese acompañamiento. Encontrar los mecanismos para hacerlo nos evitaría, al final, sorpresas y decepciones.
“Es que no hay líderes”, nos quejamos. Y desde el egoísmo seguimos tomando nuestras decisiones. Rodeados de violencia, corrupción e injusticia, optamos por la aparente comodidad frente al televisor y pasamos nuestra responsabili- dad ciudadana a los más ambiciosos que, de conjugar egoísmos sí que saben.
No deberíamos soltar durante cuatro años, así no más, el timón de nuestra sociedad. Ni uno siquiera. Si nos quedamos frente a las pantallas nos dormiremos y nos arrastrará la moda de los tiempos, y hallaremos, al despertar, un mundo más trastornado y caótico. Tampoco es pensar con el deseo y esperar al redentor de nuestras miserias. Frente a un mundo en crisis debemos desarrollar una conciencia colectiva.
Que el miedo no se apodere de nosotros. El terrorismo nos ha ablandado. Nos ha hecho mucho daño, pero luchamos por principios y somos muchos. No debemos, por cómodos o cobardes, dejar el manejo de la justicia y de la ética en manos de los bandidos. Ni es ético ni es justo.
Lo dicen los cánones: la política es una rama de la moral que se ocupa de la actividad de solucionar en grupo los problemas de convivencia al interior de una sociedad libre.
De modo que es cosa suya y mía. La política exige la participación ciudadana y posee la capacidad de distribuir y ejecutar el poder según sea necesario para alcanzar el bien común.
Por no tener esto claro ni mantenerlo vigente en las colectividades, por olvidarnos de ello, se ha tergiversado tanto en su contenido, que eso que llaman hoy la política ni distribuye ni ejecuta para el bien común sino para el egoísmo en particular.
El egoísmo es la razón de todos los males. ¿Cómo gobernar contra él? Si lo logramos, tendremos una mejor ciudad, un mejor país, un mejor planeta. La política no es para los egoístas. Se vuelve politiquería, injusticia, corrupción y violencia. Se convierte en delito por una razón incuestionable: reparte prebendas, negocia cargos públicos, extorsiona, complace egoísmos.
Por eso, antes de ser elegido, un político debería, entre otras cosas, demostrar su altruismo, su faceta comunitaria, sus obras sociales, su amor al prójimo.
Los fines y medios en política deben velar por la justa y clara utilización del poder sin favorecer los intereses personales de quien lo administra. En últimas, en una democracia, es la comunidad la que, con sus elegidos, se instala en el poder de aquella. Eso es, por lo menos, lo que está escrito.