El Heraldo (Colombia)

El poder egoísta

- Por Heriberto Fiorillo

En la discusión que trata de resolver los problemas más dramáticos de nuestra sociedad llegamos siempre al tema del poder. Si la política es la actividad humana que tiene como objetivo dirigir la acción del Estado en beneficio de la comunidad, si el ciudadano espera que los políticos gobiernen para todos, debería preguntars­e antes si ese acto suyo de delegación beneficia a su ciudad. ¿Acaso no se limita la democracia al mero acto de votar por unos candidatos?, ¿no debería ser más participat­iva, con seguimient­o de programas y acuerdos?, ¿más exigente, pidiendo cuentas en un lenguaje accesible a todos? Creo que nos debemos ese acompañami­ento. Encontrar los mecanismos para hacerlo nos evitaría, al final, sorpresas y decepcione­s.

“Es que no hay líderes”, nos quejamos. Y desde el egoísmo seguimos tomando nuestras decisiones. Rodeados de violencia, corrupción e injusticia, optamos por la aparente comodidad frente al televisor y pasamos nuestra responsabi­li- dad ciudadana a los más ambiciosos que, de conjugar egoísmos sí que saben.

No deberíamos soltar durante cuatro años, así no más, el timón de nuestra sociedad. Ni uno siquiera. Si nos quedamos frente a las pantallas nos dormiremos y nos arrastrará la moda de los tiempos, y hallaremos, al despertar, un mundo más trastornad­o y caótico. Tampoco es pensar con el deseo y esperar al redentor de nuestras miserias. Frente a un mundo en crisis debemos desarrolla­r una conciencia colectiva.

Que el miedo no se apodere de nosotros. El terrorismo nos ha ablandado. Nos ha hecho mucho daño, pero luchamos por principios y somos muchos. No debemos, por cómodos o cobardes, dejar el manejo de la justicia y de la ética en manos de los bandidos. Ni es ético ni es justo.

Lo dicen los cánones: la política es una rama de la moral que se ocupa de la actividad de solucionar en grupo los problemas de convivenci­a al interior de una sociedad libre.

De modo que es cosa suya y mía. La política exige la participac­ión ciudadana y posee la capacidad de distribuir y ejecutar el poder según sea necesario para alcanzar el bien común.

Por no tener esto claro ni mantenerlo vigente en las colectivid­ades, por olvidarnos de ello, se ha tergiversa­do tanto en su contenido, que eso que llaman hoy la política ni distribuye ni ejecuta para el bien común sino para el egoísmo en particular.

El egoísmo es la razón de todos los males. ¿Cómo gobernar contra él? Si lo logramos, tendremos una mejor ciudad, un mejor país, un mejor planeta. La política no es para los egoístas. Se vuelve politiquer­ía, injusticia, corrupción y violencia. Se convierte en delito por una razón incuestion­able: reparte prebendas, negocia cargos públicos, extorsiona, complace egoísmos.

Por eso, antes de ser elegido, un político debería, entre otras cosas, demostrar su altruismo, su faceta comunitari­a, sus obras sociales, su amor al prójimo.

Los fines y medios en política deben velar por la justa y clara utilizació­n del poder sin favorecer los intereses personales de quien lo administra. En últimas, en una democracia, es la comunidad la que, con sus elegidos, se instala en el poder de aquella. Eso es, por lo menos, lo que está escrito.

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