‘Polina’
Una fusión entre lo ortodoxo y lo contemporáneo a través de la danza.
Cuando la rigidez técnica impuesta por el ballet clásico se combina con la soltura y el calor de la danza contemporánea, el resultado puede ser totalmente expresivo y apasionado. Esto es lo que le sucede a Polina (Anastasia Shevtsova), una bailarina profesional rusa, que se encuentra próxima a integrar el codiciado Ballet Bolshoi.
Basada en la novela biográfica de Bastin Vives y dirigida por Valérie Müller y Angelin Preljocaj, Polina nos inmiscuye en el intrínseco y aislado mundo del ballet, con sus clases estrictas y repetitivos ensayos, que en este caso son tratados con tal precisión y estética, que en ningún momento nos aburren. Por el contrario, cada uno de ellos se convierte en un nuevo espectáculo que cuando termina, nos quedamos con ganas de ver más.
Al comienzo de la película apreciamos la educación que recibe Polina de niña (Veronica Zhovnytska), a cargo del maestro Bojinsky (Aleksey Guskov), quien tuvo que abandonar su carrera artística por motivos políticos, dedicando su talento a enseñar niños en las afueras de Moscú. Los padres de Polina lo sacrifican todo para que pueda cumplir las etapas necesarias y logre la mayor ambición que puede tener una bailarina rusa: pertenecer al Bolshoi.
Pero estando ya aceptada en la prestigiosa academia, Polina conoce a un bailarín francés, interpretado por Niels Schneider, con quien inicia un romance que la expone no solo a otros estilos de vida sino a nuevos conceptos de danza, más libres y espontáneos, y es cuando la joven empieza a cuestionarse su futuro. Si bien ha logrado el sueño de entrar al Bolshoi, las imposiciones de la ortodoxia pueden estar coartando su creatividad. Decide entonces explorar otras posibilidades, viajando a París para entrar a trabajar con la coreógrafa Liria Ellas, interpretada por Juliette Binoche.
Polina se ve de repente expuesta a modelos desconocidos. Las creencias que trae impuestas por la educación que ha recibido, basadas en el trabajo, el compromiso y la dedicación, no lo son todo en este nuevo entorno, y otros factores empiezan a jugar parte determinante. Aprender a manejarlos hará parte del proceso de absorción que esa nueva libertad le brinda, no siempre a su favor.
La película mezcla de manera acertada los detalles propios de la vida de los bailarines, sometidos a la rigidez e insistencia de los maestros, sufriendo lesiones tanto corporales como psíquicas, con episodios de la vida personal, que aunque tratados de forma más convencional constituyen una maravillosa historia.
La música, alternando entre el piano clásico y ritmos estridentes contemporáneos, refleja el tumulto interior que vive la protagonista y sirve de presagio a los cambios que se aproximan.
Pero lo más absorbente de la cinta son los números de baile captados de cuerpo entero por la cámara de Georges Lechaptois, y alternados con close ups, incorporando el espacio urbano, especialmente cuando Polina se encuentra con el coreógrafo Jeremie Belingard en Bélgica, con quien ejecuta una de las mejores coreografías.