Odio (12).‘ ¿What’s up?’
Corre por WhatsApp un supuesto homenaje a Antonia Santos, la heroína comunera. En su primer minuto, el video muestra unas bellas y costosas imágenes de Santurbán. Ese es el gancho. Lo que sigue es una perorata en contra de otro Santos. Como este, corren muchos más. El virus del odio se inocula por igual a través de chistes flojos o de videos de alta calidad. ¿De dónde sale este dineral? Directamente de las campañas políticas es poco probable. Quizás de personas cercanas a esos candidatos que ofrecen el odio como “argumento” del voto.
Hace unos años, cuando los medios impresos comenzaron a publicar también en la web, muchos políticos contrataron a través de sus amigos una nómina de “lectores” encargados de azuzar a sus oponentes con insultos de gran calibre en el espacio de opinión. Lo que inicialmente era una opción democrática, pronto se corrompió y entre más grosero y calumnioso el comentario, mejor. En este gusto por el olor a sangre ajena, muchos lectores habituales leían las ofensas antes que las noticias. Poco a poco han entendido que mucho de lo que se dice en estas cloacas es falso y lentamente se han ido alejando. El odio no desapareció: se mudó a las redes sociales. “Con desinformación y con falsedad, las redes están desgarrando el tejido social”, dijo Chamath Palihapitiya, hasta hace poco vicepresidente de Facebook. Coincide con Carolin Emcke, la autora de Contra el odio que esta semana estará en el Hay: “Facebook y Twitter están programadas con algoritmos que benefician a quien suba su nivel de agresividad. Por eso las redes son cada vez más violentas”. Twitter no es ya una herramienta política. Es un arma de guerra que utiliza “El odio como factor de lucha, el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones del ser humano y lo convierte en una eficaz, violenta, selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados tienen que ser así: un pueblo sin odio no puede triunfar sobre un enemigo brutal”. Las vueltas de la vida: las palabras de este “castrochavista”, nada más y nada menos que el Ché Guevara, son usadas hoy desde la otra orilla política.
A pesar del fuego en las redes, la protagonista de estas elecciones será una aplicación: poco a poco WhatsApp se está convirtiendo en un terrible dolor de cabeza. Los publicistas la prefieren porque envían mensajes persona a persona que son distribuidos entre amigos y gente de confianza, lo que de paso “aporta” credibilidad. ¿Vale la pena envenenarse para que gane otro, en este caso un político con ansias de ladronear? ¿Vale la pena acabar con una amistad de tantos años por cuenta de un mensaje en el WhatsApp? El silencio es el antídoto para frenar el odio y la agresividad. Es justo esto lo que ha venido acabando con aquellas cloacas: ¿por qué pagar por escribir sandeces si nadie las va a leer? Y es también el arma para no hacer de idiota útil de los políticos y para no pelear con –ni distanciarse de– la familia y los amigos.