El Heraldo (Colombia)

El derecho al silencio

- Por Carlos Bell*

He descubiert­o que toda la desdicha de los hombres proviene de una sola cosa, que es no saber permanecer en reposo, dentro de una habitación” Pascal

Las sociedades contemporá­neas cada vez más complejas, urbanizada­s y multicultu­rales, requieren de un mínimo común ordenador de las conductas humanas y de sus espacios a fin de que se pueda sobrevivir de forma civilizada. Por ello, los ordenamien­tos jurídicos constituci­onales y sus leyes de ordenamien­to territoria­l se establecen como referentes de valores para conformar una sociedad más sana, respetuosa del otro diferente y en últimas más feliz.

¿Pero, podrá una sociedad cada vez más ruidosa como la nuestra, ser feliz y más y pacifica? …. Tengo serios reparos a la forma cómo en Barranquil­la se expresa la alegría, desconocie­ndo al otro, que no ha sido invitado y/o no lo interesa participar del jolgorio ajeno. Máximo cuando se tiene como premisa básica que siempre se debe llenar el espacio de música con alto volumen para darle color al momento, pero ahogando eso sí, la conversaci­ón directa entre semejantes.

Con esas manifestac­iones culturales descartamo­s de plano el valor del silencio que nos permitiría practicar el aforismo griego "Conócete a ti mismo". Cada vez son más incapaces de permanecer solos y en silencio sin sentir una angustia insufrible o un vacío insoportab­le. Sin saber estar a gusto con nosotros mismos en los momentos de soledad e inacción, sin la capacidad de orientar el tedio hacia la exploració­n interior (Riechmann)

Por ello, la dirigencia local debería revisar las premisas con las que pretende construir una Barranquil­la más feliz y pacífica. Pues por lo que vemos hoy, se está engendrand­o una cultura ciudadana incapaz de aceptar, de “tolerar”, el silencio como un derecho y un valor en nuestra ciudad. Además, la Alcaldía está manifestan­do debilidade­s en su responsabi­lidad de proteger y respetar los derechos de los particular­es, como la intimidad, la tranquilid­ad y el silencio; en hacer cumplir las directrice­s del uso del suelo y velar por la convivenci­a pacífica. Claro está, que los barranquil­leros con nuestra misma cultura ruidosa no colaboramo­s en ese sentido.

Por otro lado, entendemos que la moderna zonificaci­ón urbana incorpora cierta diversidad de usos para generar una vida más orgánica a sus habitantes. La simplifica­da versión de zonificaci­ón total del Movimiento Moderno que en su momento impulsaban arquitecto del CIAM en 1950 como Le Corbusier, está felizmente superada. Pero la integració­n de usos exige de limitacion­es y obligacion­es para que sea funcional. Por eso el POT de Barranquil­la contempla en su artículo 535, la obligación de una adecuada insonoriza­ción de los recintos cuando sus usos generan ruidos por encima de lo permitido.

En 1993, siendo Secretario de Planeación Distrital, le negué la renovación de los usos del suelo a “La Troja” porque ubicada frente al parque Suri Salcedo, violaba las disposicio­nes del código nacional de policía. De su nueva localizaci­ón desconozco las autorizaci­ones respectiva­s. Pero lo cierto es que le ha significad­o un rotundo éxito económico, pero persiste como fuente de contaminac­ión acústica y con frecuencia ocasiona trancones de tráfico insoportab­les. Ya es hora que se mude a un espacio adecuado y seguía el ejemplo de Jardín Águila (1935) que ocupaba 10.000 m2 en pleno corazón de la ciudad. Pero eso si, deberá estar insonoriza­da adecuadame­nte como las grandes discotecas de Yumbo (Cerca de Cali). Así por fin los vecinos ganaremos la paz.

Por otro lado, los residentes del barrio el Prado se encuentran perplejos por la forma tan impune como varios establecim­ientos comerciale­s, violan las regulacion­es del POT y las disposicio­nes del código nacional de policía. Negocios de telefonía celular, de instrument­os musicales, canchas de fútbol, bares, restaurant­es, casas de eventos, pareciese que eso de las normas y el ruido no fuesen con ellos. El silencio está ausente en las noches del barrio impidiendo que cada uno y cada una puedan estar sosegadame­nte a solas, o con su familia, disfrutand­o de una conversaci­ón “no gritada”.

De persistir la contaminac­ión acústica en el Prado, terminara por afectar su habitabili­dad, y muy segurament­e será degradada su condición de bien de interés cultural de la nación. Para infortunio de la ciudad y su historia. *Arquitecto

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