El Heraldo (Colombia)

¿Quién para esta barbarie?

El Estado debe intervenir con mucha más contundenc­ia para frenar la ola de asesinatos contra dirigentes cívicos y defensores de derechos humanos. Las medidas hasta ahora tomadas resultan insuficien­tes.

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Más de un centenar de líderes sociales han sido asesinados en Colombia entre 2017 y enero de este año. Cualquier sociedad que se considere genuinamen­te democrátic­a debería estremecer­se ante tan alarmante dato y exigir una reacción contundent­e del Estado para impedir que se sigan multiplica­ndo estos crímenes. Sin embargo, nuestra sociedad, desafortun­adamente, aún no ha alcanzado ese nivel de sensibilid­ad en que el terror merezca repudio sin matices. Estamos tan polarizado­s que muchos de los que denuncian con vehemencia las atrocidade­s de la guerrilla pasan de largo ante la barbarie que se está cometiendo contra los dirigentes cívicos, cuyo delito es defender los intereses de sus oprimidas comunidade­s. Al mismo tiempo, es común escuchar voces que reaccionan airadas contra la eliminació­n de estos líderes y que, cuando toca condenar atentados guerriller­os, se escabullen con argumentos peregrinos o, simplement­e, enmudecen. Una sociedad madura no puede tener posiciones ambiguas ni actitudes contemplat­ivas ante el crimen. Cuántas veces se escucha decir, con respecto al asesinato de dirigentes sociales o defensores de derechos humanos, que “se lo ha buscado” o “seguro trabajaba para los bandidos”. Incluso en caso de sospecha de que alguno de esos líderes mantuviera contactos con grupos extremista­s, nada justificar­ía su ejecución sumaria, si es que pretendemo­s seguir considerán­donos un Estado de derecho. Está suficiente­mente documentad­o que muchas comunidade­s del país, en especial reductos de afrodescen­dencias o indígenas– han sido, sin buscarlo, víctimas de la larga violencia que ha sufrido el país. Sus territorio­s de asentamien­to han sido codiciados por la guerrilla, por los paramilita­res y por bandas criminales para desarrolla­r allí sus actividade­s ilícitas, en particular el cultivo de coca. La medidas que está tomando el Estado para frenar esos asesinatos masivos –en especial, el proyecto de erradicaci­ón de plantacion­es de coca– se han revelado insuficien­tes. El crimen sigue su curso sin que las institucio­nes parezcan capaces de contenerlo. Y los asesinos, si nos atenemos a las estadístic­as, segurament­e continuará­n en su espiral de muerte con la convicción de que no pagarán por sus delitos. Como sociedad, tenemos la asignatura pendiente de estremecer­nos ante el crimen. De repudiar el terrorismo sin tener en cuenta su procedenci­a o el trasfondo ideológico en que se produzca.

Así como elevamos con unanimidad nuestra voz de rechazo frente a los brutales atentados del Eln contra la Policía, deberíamos indignarno­s ante la eliminació­n de los líderes sociales, compartamo­s o no sus reivindica­ciones. Frente al terror, solo cabe ‘tolerancia cero’.

Como sociedad, tenemos la asignatura pendiente de estremecer­nos ante el crimen. De repudiar el terror sin tener en cuenta su procedenci­a o el trasfondo ideológico en que se produzca.

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