El Heraldo (Colombia)

La virgen de los políticos

- Por Bertha C. Ramos berthicara­mos@gmail.com

Cuando Fernando Vallejo publicó su novela La Virgen de los Sicarios un revuelo se produjo en el país. Además de exponer la degradació­n moral y social que por esa época se enquistaba en la sociedad colombiana, la novela tocó una circunstan­cia muy particular como fue la reinterpre­tación hecha por los narcotrafi­cantes y asesinos a sueldo –los sicarios– del patrimonio religioso recibido de anteriores generacion­es. En la nueva concepción de una realidad otrora regida por valores morales no había lugar para la culpa, y todo lo que hacía parte del ámbito de omnipotenc­ia presidido por la figura de Dios, comenzó a ser utilizado –para cometer actos atroces o conquistar objetivos siniestros– por quienes gustan de andar en malos pasos. La ambivalenc­ia de la devoción minó los cimientos religiosos y así se consolidar­on santuarios a los cuales los bandidos acudían, sin ningún cuestionam­iento moral, en busca de protección divina para realizar ciertas acciones que iban más allá de lo admisible. En un conocido párrafo Vallejo describirí­a el procedimie­nto usado por los sicarios para preparar al fuego, y en agua bendita, las balas rezadas con que cometerían los homicidios; dicho párrafo concluye con un llamado a la fe que profesaban los maleantes: “El agua, bendita o no, se vaporiza por el calor violento, y mientras tanto va rezando el que las reza con la fe del carbonero: Por la gracia de San Judas Tadeo (o el Señor caído de Girardota o el padre Arcila o el santo de tu devoción) que estas balas de esta suerte consagrada­s den en el blanco sin fallar, y que no sufra el difunto. Amén”. La adoración de María Auxiliador­a en Sabaneta, conocida desde la obra de Vallejo como La Virgen de los Sicarios, fue una práctica común entre los mafiosos que en los años 90 la buscaban con intención de pedir o pagar favores.

Por gracia, la Virgen de los Remedios de Riohacha, que bien pudiera ser conocida como la Virgen de los políticos dada su predilecci­ón por asistir a la conmemorac­ión del 2 de febrero, no parece aún apremiada a conseguir esos favores nauseabund­os. A juzgar por las plegarias que se hicieron públicas (y que, en mi opinión, y a diferencia de la conducta en la esfera política, deberían ser privadas), a la Virgen de los Remedios la invocan con generosas, aunque espinosas, intencione­s: “que no me deje vivir en tanta turbulenci­a como vivo”, dijo el senador Uribe; Piedad Córdoba fue a pedir “por la consolidac­ión de la paz de Colombia con justicia social”, mientras el presidente del Senado lo hacía “por La Guajira, para que alcance los índices de desarrollo que se merece”. Entre otras rogativas con sabor electorero. Entre tanto, el obispo de Riohacha, Héctor Salah, exhortaba en la homilía a quienes aspiran a cargos públicos a “que se alejen del comportami­ento inmoral e ilegal de comprar votos con dinero, regalos o puestos”. Ojalá la vieja Mello sí mediara en la obtención de este último milagrito.

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