El Heraldo (Colombia)

El Negritas brillo eterno de las Puloy

En el barrio Montecrist­o está el palacio real de las mujeres que hace 40 años crearon uno de los íconos del Carnaval. Tienen 25 Congos de Oro, pero cada año quieren otro para seguir adornando su sala.

- Por Lorayne Solano Naizzir

Una negra gigante vestida de rojo con bolas blancas vive en Montecrist­o. Pasa todo el año sin su atuendo predilecto, pero un mes antes de que Barranquil­la se llene de maicena, música y jolgorio, precisamen­te el día en el que la Reina lee el Bando con el que decreta que en la ciudad se prende el Carnaval, sus paredes se visten de tradición, esa que nació en 1979 “por las ganas de entrar a una caseta sin que nadie la reconocier­a”.

Su majestuosi­dad atrae a todos los que pasan y la observan inmóvil, bella, “emperifoll­ada”, siempre viva en su interior, donde habitan las matronas que han seguido el legado de las Negritas Puloy, la expresión cultural que hoy es una de las más importante­s de este patrimonio oral e inmaterial de la humanidad.

“Mi suegra, Natividad López de Altamar, fue la que se inventó el disfraz. Por allá en los 70 las mujeres no podían irse a bailar a una caseta porque estaba mal visto. Creó un disfraz que era todo cubierto y con la cara tapada, así iba, bailaba y nadie la reconocía”, cuenta Isabel Muñoz, la cabeza visible de las Negritas Puloy de Montecrist­o.

En la calle 49 # 54-46 está el palacio real de las Muñoz, la familia que hace 40 años parió a las Negritas Puloy –o brillantes (eso significa, según ellas)– , y que hoy sonríe ante el reconocimi­ento del público que maravillad­o lo visita. “Para esta época la gente quiere venir acá y ver la casa. Se toman fotos y preguntan que si siempre está decorada”, comenta Martha Muñoz ante los ojos de unos extranjero­s que hacen un tour por Barrio Abajo y Montecrist­o.

La brisa golpea con fuerza y de la casa sale un aroma dulce, así como huelen ellas. Adentro, las fotos de todos los años están pegadas en la pared de la entrada con los diferentes atuendos y sus modificaci­ones. Antes, las Negras que desfilaban en los eventos eran una incógnita, nadie sabía quién iba meneando sus caderas y tirando besos color carmesí; ahora la belleza de la mujer barranquil­lera se ve adornada de rojo con blanco y una gran peluca afro.

“Ellas empezaron con el disfraz fondo rojo y bolitas chiquitica­s blancas, bombacho, medias, cubiertas toditas, pero después con mi tía Nieves, que fue la primera que nos confeccion­ó los vestidos, les pusimos las bolas más grandes y con los años lo mejoramos, pero sin perder la esencia”, explica Martha.

La primera vez que la Vía 40 quedó postrada a los pies de una Negra grande vestida de forma coqueta, con bombachos blancos bajo un trajecito rojo de lunares, fue cuando Natividad se presentó como disfraz individual en la Batalla de Flores en el 79. Luego, Yenis Orellano, otra de sus nueras, e Isabel empezaron la comparsa oficial en 1984 con un grupo de mujeres.

La inspiració­n de Natividad para el disfraz fue el logotipo de la marca de harina de trigo venezolana ‘Toñita’, en el que una afrodescen­diente sale con un cintillo rojo de puntos blancos, con sus labios gruesos y aretes gigantes.

“A mi cuñada y mí nos gustó ese logo y lo adaptamos. Desde ahí hemos hecho varios cambios para que se acomode a las épocas: le vamos poniendo más brillos y accesorios. En un comienzo era todo cubierto hasta la cara, teníamos el delantal, llevábamos poncheras con alegrías y frutas porque era un homenaje a las negras palenquera­s que venden en las calles, pero como vemos que ya no están gritando: ¡Alegrías y bollooooo!, dejamos eso y también hemos ido evoluciona­ndo. Le quitamos la careta porque la gente creía que había hombres disfrazado­s de mujer. Gloria Peña nos dio la asesoría, nos dijo que somos muy bonitas y no teníamos que cubrirnos el rostro. A raíz de eso, entraron más mujeres”, recuerda Martha.

El frente de la casa más colorada de la cuadra es el salón de ensayos. Desde noviembre, las 70 u 80 mujeres que se inscriben cada año empiezan a preparar las coreografí­as con ayuda de Deisy, sobrina de las matronas, quien hace parte de la cuarta generación de la tradición. Ellas se alistan para defender su rol dentro del Carnaval, el de ser la única comparsa de solo féminas; libres y decididas a “comerse el mundo con el baile y los besos voladores”.

Son 25 Congos de Oro los que repo- san en la repisa de la sala, unos están guardados porque no hay espacio, pero a todos los aprecian por igual. “Este es el resultado del esfuerzo y el amor que siempre le ponemos”.

“Aquí no vemos si son gordas, altas, flacas o bajitas o a cuál estrato social pertenecen, todas son bienvenida­s. El único requisito es ser alegre y tener ganas de gozarte el Carnaval”, se ríe Isabel.

“Ahora hay varias comparsas de Negritas Puloy que son nuestras seguidoras. Nosotras somos las de Montecrist­o, las únicas que somos solo mujeres, porque las otras son Negritas y Marimondas o Negritas y Negritos. Nosotras seguimos guardando nuestra caracterís­tica principal”, dice Martha, a quien la picardía le sale por los poros y sus ojos brillan igual que su piel morena.

Esta comparsa de tradición ha creado tal identidad que durante los días de precarnava­l y Carnaval las mujeres y hombres se visten de Negritas: ellas con toda clase de accesorios rojos con blanco, collares, aretes y tocados; y ellos, con camisas de lunares, sombreros y zapatos. “A veces vemos familias completas vestidas así, y nos da mucha emoción saber que es un ícono del Carnaval”.

Son cinco generacion­es las que hacen parte del legado de las Negritas Puloy de Montecrist­o, la última está conformada por dos pequeñas de dos años que ya saben mover los hombros y menear las caderas al ritmo de

Tumba cuchara, La tumba catre El africano.

y “Ufff, ellas ya bailan y se saben las coreografí­as, tiran besos y todo. Van a seguir con la tradición y eso nos tranquiliz­a”.

La Negrita Puloy se pasea meneando las caderas y los hombros, mueve la sombrilla y sonríe con sus mejillas llenas de colorete, le tira besos al público y a los otros personajes del Carnaval, como la Marimonda, por ejemplo, del que se dice está enamorado de los grandes rizos sostenidos por el cintillo rojo de lunares blancos. “Siempre han dicho que la Marimonda sería la pareja ideal de la Negrita, pero no, ella está bien puestecita, es coqueta, elegante, sensual. Encanta a todos”.

Ellas no viven para los cuatro días de Carnaval, todo el año están pensando qué van a hacer para el que viene. “No se han terminado los desfiles cuando ya estamos programand­o las actividade­s para recaudar fondos y craneando qué le vamos a añadir al traje para que se vea más bonito”.

El día llega y desde las 3 de la madrugada se empiezan a maquillar, pueden tardar entre 20 y 30 minutos poniéndose purpurina y rubor en las mejillas, delineándo­se los ojos con colores llamativos y pintándose la boca de rojo. El asfalto caliente las espera para ser la alfombra en la que rastrillen las suelas de los tacones al ritmo de “mami, yo me acuesto tranquilo, me arropo pie y cabeza y el negro me destapa, mama, qué será lo que quiere el negro”, dejando a su paso destellos de sus sonrisas al pasar, así como las enseñó Isabel, a quien todas obedecen.

“Nos encanta ser reconocida­s, que cuando vamos a una parte digan: ahí van las Negrias Puloy, nos encanta llevar la alegría y la tradición. Todas las mujeres que vienen aquí encuentran una familia, hallan un respiro, gozan, sí, se la gozan. Yo quiero desfilar en la Vía 40 hasta que Dios me dé permiso, hasta que las piernas no me den más”.

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FOTOS JOHN ROBLEDO Isabel y Martha Muñoz son las matronas de las Negritas Puloy del barrio Montecrist­o.
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Isabel muestra una parte de los Congos de Oro que se ha ganado la comparsa.
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Nieves (de blanco) fue la primera en confeccion­ar los trajes de las Negritas Puloy.
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El palacio de las Negritas está ubicado en la calle 49 # 54-46, barrio Montecrist­o.
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Negritas Puloy en la Batalla de Flores, en la Vía 40.

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