El Heraldo (Colombia)

Carnestole­ndas

- Por Jaime Romero Sampayo

Voltaire en realidad no dijo Dios, sino carnaval: “Si el Carnaval no existiera, habría que inventarlo”. Y tenía toda la razón del mundo, porque, sin el alivio, el desquite, el patas pa’rriba y el renacer del carnaval, ¿quién podría aguantar otros terribles 360 días donde 2 más 2 persistan en ser 4, y los lunes siempre castiguen a los domingos, y el corazón siempre tenga que seguir caminando derechito sin coger ningún atajo?

De hecho, este carácter equilibrad­or de la fiesta del carnaval ya fue apreciado por la Facultad de Teología de la Universida­d de París, cuando, en una carta fechada en 1444, les decían a los obispos franceses estas sensatas palabras: “Esta fiesta no existe más que para divertirno­s siguiendo el ejemplo de nuestros padres y con objeto de que la locura innata encuentre, al menos una vez al año, su libertad. Los barriles demasiado llenos se rajarían si no se los abriera. Así, nosotros somos viejas barricas mal cerradas a las que el vino de la prudencia corromperí­a si lo dejáramos fermentar en devociones continuas”.

Pero otra cosa es otra cosa. En Venezuela, en 1641, se instruyó un proceso contra el muy temido obispo Fray Mauro de Tovar, en el que varios testigos declararon que “en los días de Carnestole­ndas juntaba en sus casas episcopale­s muchas mulatas, indias y negras, y en los patios se ponía a tirarse naranjas con ellas”.

Conozco una bonita y sólida pareja barranquil­lera cuyo equilibrio conyugal descansa en que ambos se conceden un permiso especial de 4 días para el carnaval: sin preguntas, ni reproches, sin culpables, ni inocentes. Pero la cosa se les ha sofisticad­o tanto que ninguno de los dos los gasta todos en los propios carnavales, sino que ahí nomás fichan por ejemplo 3 días, y el día de permiso que les sobre lo guardan y hacen efectivo en cualquier otra urgencia del año. Y son estrictos: 4 días son 4 y no 5. Una vez casi se divorcian porque él ya se los había gastado todos, pero una tarde de noviembre se confundió por ahí, sin otro remedio que inventarse un quinto día de la nada: “¡Todavía me faltaba lo del Viernes de Guacherna!”.

Del Libro de buen amor, del Arcipreste de Hita, es célebre la batalla entre don Carnal y doña Cuaresma (“enviada de Dios a todos los pecadores”). Ella le manda un reto de guerra: “A ti Carnal goloso que no te piensas hartar, te envío el Ayuno para que te desafíe en mi nombre”. Él lo acepta altanero, pero en la media noche de la víspera del Miércoles de Ceniza pierde la batalla y se lo llevan preso 40 días. Solo vuelve al mundo con la Pascua de Resurrecci­ón, junto con don Amor, a quienes, por recibirlos, “los enamorados más que nadie se esmeran”.

Deberían poner un día de descanso entre el martes de Carnaval y el miércoles de Ceniza. Un amigo mío, quien había encontrado el amor en esos carnavales, cuando el cura le puso la cruz de ceniza en la frente y le dijo: “Recuerda que polvo eres y en polvo te convertirá­s”, no se le ocurrió otra cosa que, retocando el poema de Quevedo, contestarl­e en voz alta y todavía ebrio: “Polvo seré, más polvo enamorado…”.

Con o sin permiso, pero hoy toca seguir equilibrán­dole feliz las cuentas a la terrible cordura de los otros 360 días del año.

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