Guerra sucia
Cartagena siempre se ha caracterizado por su tenacidad. Las guerras a las que tuvo que enfrentarse para sobrevivir como ciudad colonial, agotaron la inspiración y las letras de los historiadores.
Y en la República, cuando afloraron las vanidades partidistas de los criollos, siguió siendo combatiente.
Pero su andar azaroso nunca se detuvo. La inequidad y la exclusión fueron apareciendo como guerreros advenedizos que redujeron con el tiempo su esplendor.
La tristeza más grande de nuestra batalladora noble, es que tal suerte, en vez de convocar a soldados que la levantaran, inspiró el oportunismo de los inescrupulosos.
Hoy, por tanto, enfrenta el ataque más trascendente: recuperar su dignidad.
Ese es el significado que tienen las elecciones atípicas que esperamos sean convocadas –sin más dilaciones, señor presidente Santos– esta misma semana.
Lo que está en juego no es la culminación de un período de gobierno, sino el quiebre de una era que muchos están interesados en mantener para seguir saqueando.
Por eso las casas políticas ya presentaron su alfil. Lo sacaron de las estructuras de contratación del Estado y, con una inhabilidad incluida, lo quieren sentar a la fuerza en el palacio de la Aduana.
Su misión es clara: mantener el statu quo, pues, de lo contrario los cartageneros conocerán una forma decente de gobierno y no volverían nunca más a la tradición marrullera.
Ahí vendría una pregunta: ¿qué harían para ganarse la vida las familias politiqueras si, generación tras generación, su negocio ha sido la malversación de los derechos ciudadanos?
Como ven, el problema, más que de poder, es de economía. Y más que de economía, de vil subsistencia.
Este nuevo desafío, entonces, es de todos los cartageneros. Y no se va a librar el día de las elecciones. Ya tiene lugar y exige que todos los cartageneros estén en guardia.
En el frente de batalla han aparecido las primeras embestidas. La invención permanente de encuestas sin fundamento científico, y la manipulación de información para deslegitimar al contricante que puntea en las mediciones creíbles, han venido generando conmoción con el eco de periodistas a sueldo que también se han untado de las mieles de ese comercio infame.
He ahí sus armas preferidas. Al fin y al cabo, siempre producen confusión.
En tal contexto los ciudadanos deben guardar la prudencia. Frente a las encuestas, preguntar: quién la hizo, para quién y con qué ficha técnica. Y ante las afirmaciones injuriosas, revisar la hoja de vida del afectado para despejar las dudas.
Pero en lugar de hacer el juego a esos intereses menores, lo que se impone es la asunción del momento histórico para acordar, entre todos, un camino que saque a Cartagena de la crisis y la enrumbe por un destino más consecuente con la complejidad de sus desafíos sociales.
Yo, en su lugar, estaría preguntando quién está proponiendo ‘qué’ para la ciudad y a partir de qué consensos básicos. Así podría empezar a cambiar el rostro de esta guerra.