El Heraldo (Colombia)

Que ruge en Galapa

- Daniela Fernández Comas

Se dice que a 40 minutos de la ciudad se esconde una selva. Tigres, tigresas, gorilas y mandriles es lo que se puede encontrar. Yacen en Galapa. Y al parecer, en cautiverio están.

Tomamos la avenida Cordialida­d para llegar y, al carro acercarse, la jungla parece estar en pausa. El silencio inunda los prados galaperos. Nada avecina que una selva ahí pueda estar.

Es más adentro, donde la calle 13 se besa con la carrera 13, que el corazón de la selva da señales de vida. Sus habitantes tienen la figura de un felino. Sus cabezas, sin embargo, no se logran descifrar.

Son seres que juegan a ser tigres con pelaje en carne humana, barnizada en vinilo blanco y amarillo. Los bigotes sobresalen en tinta negra, lo mismo pasa con las franjas de su cuerpo. Sus garras pasan inadvertid­as y sus partes se cubren con atuendos en cuero.

Esta es una fauna que baila, creada por un tigre artesano y galapero que llegó del África hace 43 años. Viajó al continente, en su mente, y volvió solo con arcilla y papel maché. Apareó con otra galapera, para crear otros tres tigres, de ellos ninguno es triste.

Hoy, la identidad del tigre mayor no solo se revela co- mo la de José Llanos Ojeda. También se identifica como el rey Momo del 2013, el del bicentenar­io. Pero él, humilde en su selva, prefiere que lo distingan como ‘el hombre de las máscaras’.

“Me fui al África, imaginaria­mente, por eso está viendo Selva Africana. ¿Por qué? Porque soy artesano de máscaras, elaboradas en papel maché. Así salió”.

Esa es su vida, dentro y fuera de la jungla que creó en su hogar, un primero de febrero de 1977.

Sus tres tigres le siguen el paso. Bien lo reza el dicho: “hijo de tigre sale pintado”.

Ahora son ellos quienes comandan a los animales que de su selva salen listos para rugir a donde los lleven.

Una de sus crías es Luis Demetrio, el artista plástico. Es por él que los tigres de la jungla galapera salen “bien pintados”. Primero pasan por pintura, en spray. Luego sus manos terminan de embellecer.

“Yo era ayudante de mi papá con las artesanías y ayudaba a maquillar el grupo. Como desde el 2001 comienzo a liderar el grupo, con el diseño y la parafernal­ia”, habla Luis Demetrio sin dejar de pintar.

En su patio selvático resguardan como tesoros máscaras y tocados. Entre ellos se logran vislumbrar algunas figurillas en oro. No de obras de animal. Son un personaje en particular. Más de 19 Congos de Oro, que piensan multiplica­r.

“Yo quise venir al Carnaval de Barranquil­la con algo innovado, con una renovación que no fuera congo ni cumbia, sino con algo que no hubiera, que no estuviera en la costumbre de nuestra cotidianid­ad”, dice José. De ahí, de su ingenio, creativida­d y vistosidad, es que tiene la certeza que Selva Africana mantiene popularida­d.

EL ACTO DE RUGIR. De tigres a gorilas, esta manada se mantiene mansa. Es solo pisar el asfalto barranquil­lero lo que realmente hace desatar su instinto animal.

En camino a la transforma­ción, el silencio vuelve a inundar. La pintura se escabulle para dar el toque final. Y la energía, líquida, recorre sus órganos para proveer el rugido inicial.

20 minutos después, 18 gorilas y 12 tigresas se bajan a patas en la vía 40. Es sábado de Carnaval.

Y como si se tratase de un gato recién levantado, estiran sus extremidad­es, y alistan las garras. Comienzan a danzar, con suavidad. Los detienen. Posan para una foto y siguen su andar.

Mezclan el sol y el clamor con su energía líquida. Su rugir se intensific­a con el paso depredador.

De pronto, uno de los tigres encienda su furia y salta sobre los tambores que lo acompañan. Su cuerpo se disputa entre la pintura y el sudor, hasta que brama: “¡Ay, que Selva, Selva(...)!”. La fauna galapera responde al únisono: “¡África!”.

Así, a paso félido, la Selva Africana se despide de la Batalla de Flores para rugir nuevamente en la Gran Parada de Comparsas.

Hoy, llega un día esperado con ansias: el martes de Carnaval. Es allí donde conquistar­án su selva, en Galapa, prados donde, de sol a sol, en Carnaval o no, rugen con comodidad.

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