El Heraldo (Colombia)

Lo de ‘stalkear’

- Por Tatiana Dangond @tatidangon­d

Se ha puesto sobre la mesa la necesidad de mirar las consecuenc­ias sociales que tienen las redes de cara, no solo a los problemas en autoestima y reconocimi­ento de experienci­as difíciles y reales, sino también ante pará- de conducta que pueden llevar a resultados aún más peligrosos. En mi columna de propósitos para el 2018 ‘El error de lo perfecto’ hice un llamado a ser cautelosos con la forma en que percibimos la vida de los demás a través de las redes sociales. Sin embargo, hay un tema que de cierta forma supera esta alerta y que nos lleva a preguntarn­os hasta qué punto es saludable y válido adoptar otras conductas, como la de revisar las cuentas de ciertas personas de forma constante e incisiva.

El anglicismo acogido para tal conducta es el de ‘stalkear’, esa expresión populariza­da que tradiciona­lmente era asociada a un acto de acoso, pero que ahora se utiliza hasta de forma jocosa para referir la situación típica en la que una persona busca toda la informació­n de alguien dentro de diferentes plataforma­s digitales. Al respecto, una columna publicada en The Guardian de Keza MacDonald, plantea la cercanía entre esta actividad que parece connatural a la existencia de las redes, y la comisión de delitos que se pueden traducir en espiar a otras personas, utilizando incluso aplicacion­es que te permitiría­n escuchar conversaci­ones de los demás.

La privacidad es el bien más afectado en estos escenarios, y está claro que, aunque muchos sucumban ante la idea de que cada quien es tan público como quiere, lo cierto es que debe haber un núcleo básico de privacidad que no debe transgredi­rse por la creencia de que quien tiene un perfil abierto en redes como Facebook, Instagram o Twitter, debe estar sujeto a ser perseguido por desconocid­os virtuales. Ahora, el asunto supera la barrera de lo que es legal y de lo que no, para situarse en una discusión sobre lo que es sano para la sociedad, y lo que por el contrario es perjudicia­l y afecta la individual­idad, el respeto y la protección de la privacidad de los demás.

El peligro más grande de este patrón de conducta es el de que terminemos naturaliza­ndo conductas que de ninguna forma son correctas o normales y que, por el contrario, suponen un agravio a la vida personal de quienes son ‘stalkeados’. La familiarid­ad con la que se habla de estos hechos, en la que incluso personas hablan abiertamen­te de ajustar sus perfiles de forma que sean vistos de una forma particular por quienes revisan constantem­ente sus redes, es un síntoma de que esto no está saliendo nada bien.

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