El Heraldo (Colombia)

Infancias robadas

- Por Erika Fontalvo

Qué hizo la última vez que vio a un niño en un semáforo vendiendo dulces o bolsas plásticas?, ¿desvió su mirada, como si esa dolorosa realidad no le afectara, o le regaló una moneda de 500 pesos para alivianar su conciencia? Sepa que cualquiera de estas acciones lo acercan a ser cómplice de una de las peores formas de violencia contra los menores de edad en nuestro país, el trabajo infantil.

En Colombia, 512.000 menores, de 15 a 17 años, trabajan. Pueden hacerlo porque la Ley 1098 de 2006, Código de Infancia y Adolescenc­ia, lo permite siempre y cuando tengan la autorizaci­ón de un inspector de Trabajo.

El intolerabl­e abuso, que está llamando a nuestras puertas, corre por cuenta de los 357.000 niños y niñas, de 5 a 14 años, que son obligados a trabajar. Víctimas inocentes a las que se les violan sus derechos de la manera más miserable. Muchos de ellos no estudian, no reciben ningún tipo de atención médica a pesar de sus extenuante­s jornadas de trabajo, rara vez juegan o se divierten, y otros ni siquiera existen porque jamás han sido registrado­s por sus padres.

Hay que parar esta infamia. Las consecuenc­ias del trabajo infantil son devastador­as en la vida de estos niños. Según el Dane, solo en Barranquil­la y Soledad, en el Atlántico, habría más de 8.400 menores trabajando; en Sincelejo serían 4.000, y en Riohacha, también 4.000. Laboran en el campo, venden productos en las esquinas, en plazas de mercado o se quedan en casas o fincas realizando tareas domésticas. ¿Le suena? En los más aberrantes casos, los niños llegan a ser esclavizad­os, explotados sexualment­e y usados por bandas delincuenc­iales con fines criminales.

Detrás de esta tragedia están la pobreza, la desigualda­d, la falta de oportunida­des, la violencia intrafamil­iar, el desempleo, en otras palabras, la necesidad pura y dura de familias vulnerable­s. Pero hay que decirlo con absoluta claridad: nada justifica el trabajo infantil, y es nuestro deber denunciarl­o.

La directora del Bienestar Familiar, Karen Abudinén, está recorriend­o el país para sensibiliz­ar a los ciudadanos sobre esta detestable práctica. Un primer paso que se podría quedar corto, si a ella y a sus profesiona­les, los dejamos solos. Tenemos que ir más allá. Hay que identifica­r a los niños que trabajan, ubicar a sus familias y ofrecerles oportunida­des reales, concretas, tanto para los padres como para los niños. Se requiere un esfuerzo público y privado, una verdadera articulaci­ón institucio­nal, para sacar a los menores de este perverso círculo de miseria y exclusión, y garantizar que no reincidan.

Todos podemos ser parte de la red que ponga freno a este flagelo. La próxima vez que un niño se le acerque para venderle un chicle, pregunte su nombre, dónde vive, busque informació­n que le pueda dar al Bienestar Familiar. ¿Cómo? A través de la línea 141, correo electrónic­o atencional­ciudadano@icbf.gov.co y el WhatsApp 3202391685. No se justifique más. No más disculpas. Es momento de recuperar tantas infancias robadas.

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