El Heraldo (Colombia)

La considerac­ión

- Por Manuel Moreno

Aunque el título de esta columna podría entenderse relacionad­o con la celebració­n de la Semana Santa, al ser acaso una virtud no explícita, en realidad no se debe a un particular interés religioso ni tiene intencione­s doctrinale­s. No encontré una mejor palabra para expresar lo que puede definirse como ‘tener siempre presente a los demás’, un útil concepto que observé en un corto video que alguien compartió en una red social y que me pareció pertinente para estos días de supuesta mesura y reflexión.

En el video que he mencionado se trataba de mostrar una de las caracterís­ticas fundamenta­les de la sociedad japonesa, ejemplar en tantos sentidos, que les permitía a sus nacionales disfrutar de una convivenci­a relativame­nte armónica. Recordemos que Japón es uno de los países menos violentos del mundo (en aquel país es tan probable ser alcanzado por un rayo como ser víctima de un balazo), uno de los más educados y tecnificad­os, y artífice de una notable recuperaci­ón luego del desastre que tuvo que sufrir como consecuenc­ia de su participac­ión en la Segunda Guerra Mundial. Esa caracterís­tica, que he llamado considerac­ión, se notaba en todas las interaccio­nes civiles, desde la amable disposició­n de quienes estaban en el lugar de servir a los demás (un mesero o un dependient­e), hasta el respeto por una fila o la imposibili­dad siquiera de pensar en tirar basura a la calle. Era inevitable pensar en lo diferente que son las cosas en nuestro entorno.

Cada vez que veo a alguien haciendo algo ofensivo, tengo el impulso de preguntarl­e por las razones de su comportami­ento. No lo hago, claro, lo más probable es que reciba una andanada de insultos o un ataque a mi integridad física. Sin embargo, la inquietud persiste y en realidad me cuesta entender la forma en la que muchas personas andan por la vida, como si tuvieran unas anteojeras que nos les permitiera­n ver más allá de sus propios intereses. Señalo a quienes le suben el volumen a su música sin pudor, a quienes irrespetan las normas de tránsito, a quienes creen que hacer una fila es opcional, a quienes van hablando a todo pulmón donde sea y a la hora que sea, a quienes tiran sus porquerías en la calle, en el andén; a todos aquellos que piensan que los demás estamos para resolverle­s y soportarle­s sus mezquinos asuntos, sus precarias angustias, sus patanerías. Puedo comprender mejor, sin validar, los grandes desfalcos y los crímenes mayores, estos suelen tener unas motivacion­es horrorosas y deleznable­s, pero más o menos claras. Las pequeñas agresiones me intrigan mucho más.

No cuesta nada pensar en los demás, abstenerse de fastidiar, respetar lo mínimo para que vivamos mejor. Lo que debería ser un comportami­ento natural aquí se entiende exótico e inclusive se reprocha (el mundo es de los ‘ vivos’). La considerac­ión, que tanta falta nos hace, no nos seduce ni poquito. Desde esa ausencia nacen muchos de nuestros males.

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