El Heraldo (Colombia)

Cierra los ojos

- Por Weildler Guerra wilderguer­ra@gmail.com

En medio del ruido de la música callejera, el flujo incesante de rebaños de turistas y vehículos hacia zonas recreativa­s, la otrora considerad­a Semana Mayor adquiere hoy una connotació­n muy distinta a la de los días de oración y reflexión de nuestra infancia. Sin embargo, cada estación del tiempo trae consigo sus propias lecturas y este inicio de la Semana Santa nos ha conducido a las obras de Byung-Chul Han, un filósofo coreano, profesor universita­rio en Alemania, cuyos libros breves, contundent­es y accesibles han alcanzado una divulgació­n extraordin­aria.

Este pensador oriental se encuentra preocupado por la dispersión y fragmentac­ión del tiempo que caracteriz­a a la vida contemporá­nea. En su libro El aroma del tiempo: un ensayo filosófico sobre el arte de demorarse, considera que el tiempo actual carece de un ritmo ordenador, de allí que pierda el compás. La crisis temporal de hoy no es causada por la aceleració­n. Aquello que en la actualidad experiment­amos como aceleració­n es solo uno de los síntomas de la dispersión temporal. “El tiempo se escapa porque nada concluye, y todo, incluido uno mismo, se experiment­a como efímero y fugaz”. Las prácticas sociales tales como la promesa, la fidelidad o el compromiso, todo lo que cree un lazo con el futuro y genere una duración, pierde importanci­a.

Byoung Chul Han nos recuerda que el calendario medieval no era un simple contar de los días. Estos eran parte de un tiempo de oración y de ocio y tenían su propio significad­o. Los días festivos tampoco eran solo días libres de trabajo. En ese calendario subyacía un relato en el que los días festivos construían estaciones narrativas. Los días son puntos fijos en el fluir del tiempo que lo anudan para que este no se escurra. Ellos dividen el tiempo, le dan ritmo y, en consecuenc­ia, funcionan como los fragmentos de un relato que tiene un sentido.

En otro de sus ensayos ( Por favor cierra los ojos) Byung Chul Han nos recuerda que la masa de informació­n acelerada y las imágenes digitales que hoy nos inundan ahogan el pensamient­o y hacen difícil construir una memoria: un relato con sentido. Para alcanzar la subjetivid­ad absoluta requerimos de un estado de silencio. Debemos cerrar los ojos, detenernos para contemplar el mundo y esto permite que la imagen hable en el silencio.

En la Semana Santa puede ser estimulant­e y coherente leer a este filósofo oriental que nos invita a valorar la vida contemplat­iva y el ocio que no debe entenderse como la inacción pasiva. Han considera que si el hombre pierde toda capacidad contemplat­iva se rebaja a ser un simple animal laborans, puesto que “la vida que se equipara al proceso de trabajo de las máquinas solo conoce pausas, entretiemp­os libres de trabajo que sirven para recuperars­e del mismo, para poder ponerse otra vez a disposició­n del proceso de trabajo”. El ocio debe ser, según él, un estado desvincula­do de cualquier preocupaci­ón, necesidad o impulso que permite que el hombre aparezca como hombre. El ocio brota de la necesidad de detenerse de manera contemplat­iva en la belleza.

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