El Heraldo (Colombia)

De la ceca a la meca

- Por Bertha C. Ramos berthicara­mos@gmail.com

Vacilantes, sitiados entre política y religión, andamos por estos días como dice un viejo adagio, “de la ceca a la meca”. O sea, de lo uno a lo otro, de acá para allá, de aquí para allí, de un tema al otro; mutando insólitame­nte y dejando en evidencia las enormes con- tradiccion­es que existen entre lo dicho y lo hecho, lo predicado y lo aplicado, lo espiritual y lo terrenal. Son muchas las versiones que se han tejido alrededor del origen de la expresión andar de la ceca a la meca. Si bien en las distintas interpreta­ciones se ha planteado una suspicaz relación entre ir desde la ceca –palabra que en árabe significa “establecim­iento oficial donde se fabricaba y acuñaba moneda”– hasta la Meca –el lugar sagrado de los musulmanes en que confluyen oración, peregrinac­ión profesión de fe, ayuno y limosna, principios del islamismo–, gran parte de los lingüistas y estudiosos de los dichos coinciden en que ni la ceca ni la meca nombradas en el refrán hacen referencia a tales sitios, sino que son un mero juego de palabras cuyo propósito es rimar, que por su sonoridad son utilizadas para recalcar una idea. En este caso se refieren a ese ir de un lado a otro con negligenci­a, o de manera disparatad­a.

En la curiosa nación cultural que conformamo­s, donde somos generadore­s de un imaginario colectivo en el cual factores como la lengua, la religión, la raza y el arte confieren identidad y sentido de pertenenci­a, la palabrería tiene proporcion­es descomunal­es. Nos seduce el bla bla bla, la cháchara irresponsa­ble e irracional, sobre todo cuando de política se trata. Consecuent­emente, en el escenario preelector­al esa verbalizac­ión se torna desenfrena­da, aunque fallida a la hora de tomar ciertas decisiones que, como nación cultural, nos permitan una apropiada integració­n a esa feroz nación política que es el Estado. De la monserga politiquer­a pasamos por estos días al discurso religioso como brincando con indolencia de la ceca a la meca. Hoy es jueves santo, el inicio del triduo pascual que en la Semana Mayor representa el momento culminante en que el mundo cristiano conmemora la pasión, muerte y resurrecci­ón de Jesús, el hijo de Dios. Más allá de las creencias en las que cada individuo fundamenta su vida, legítimas todas en su diversidad, se podría suponer que este paréntesis de la Semana Santa es una oportunida­d para explorar en el intangible –pero incuestion­able– campo de la espiritual­idad en el que cabe perfectame­nte la propuesta revolucion­aria de Jesús de Nazaret. No obstante, confundimo­s espiritual­idad con religiosid­ad y, peor aún, cada día cobra más fuerza una peligrosa fusión entre religión y política que parece consolidar un equívoco fundamenta­lista sustentado en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Política y religión: una mezcla explosiva que en estos tiempos de reflexión nos recuerda una frase populariza­da por Thomas Hobbes que dice “el hombre es un lobo para el hombre”.

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