El Heraldo (Colombia)

EN EL CERRO DE MONTERÍA CRECE UNA PEQUEÑA ‘REPÚBLICA BOLIVARIAN­A’

Se estima que unas 350 familias venezolana­s se asientan en esa ladera.

- Por Eduardo García

MONTERÍA. “Los maracuchos somos gente buena, no le quitamos nada a nadie. Por el momento lo que queremos es subsistir mientras se compone la cosa en nuestro país, porque la esperanza de regresar sigue viva”. De esta manera explica Nulbia Benítez Gómez, una venezolana de 46 años, su situación y la de sus vecinos, después de permitir el ingreso al albergue de tablas y plástico en el que ha contemplad­o los atardecere­s y amaneceres monteriano­s por tres meses, en el sector del Cerro, en el extremo sur de Montería.

Nulbia estaba temerosa de la visita. Se imaginó un desalojo de las autoridade­s, sin opciones de refugio en ningún otro lado con tres de sus hijos y con cuatro menores. Con ellos vive hacinada en una pieza con piso de tierra, donde hay una cama sencilla, una hamaca y ‘corotos’ regados.

Esta es una de las aproximada­mente 350 familias que han conformado en el conocido sector del Cerro de Montería, una pequeña ‘República Bolivarian­a’. Allí se establecie­ron y sus vidas continúan combatiend­o el hambre, las enfermedad­es y buscando una oportunida­d laboral.

A diario su superviven­cia depende de lo que reciban en los semáforos ofreciendo productos y la limpieza de parabrisas, entre otros oficios informales.

En Montería se conoce como el sector del Cerro la colina entre los barrios Alfonso López, Santander, Policarpa Salavarrie­ta y Los Araújo. Hasta estos asentamien­tos han llegado, en repetidas ocasiones, los políticos con sus anuncios de proyectos ecológicos y la promesa de convertir la zona en pulmón natural de la ciudad. De todo esto solo quedan los discursos.

En 2014 el Cerro fue despejado casi en su totalidad con la promesa de construir allí proyectos urbanístic­os por parte del Gobierno, de los cuales solo existen las urbanizaci­ones La Gloria y El Recuerdo, en el sur de la ciudad. Sin embargo, cuatro años después, por la demanda de nuevas viviendas y la migración de venezolano­s, el Cerro otra vez vuelve a estar invadido.

“Mi hija trabaja en el mercado, vendiendo las bolsas de maracuyá que despulpamo­s aquí cada tarde, pero también vende moras y verduras, eso es lo que nos está permitiend­o comer. Trabajamos con $100.000 prestados, que nos deja solo para los alimentos, no tenemos agua, tampoco gas, mucho menos letrina, solo un poco de luz eléctrica”, cuenta Benítez.

Mientras camina para enseñar su hogar, evoca la casa propia que dejó en el municipio de Jesús Enrique Lozada, en el fronterizo estado Zulia.

Nubisqui, la hija de Nulbia, es técnica en contabilid­ad. Cuenta que trabajó en una camaronera y en una empresa de maquinaria amarilla en su país. Al mismo tiempo, ambas vendían mercancía a domicilio y a crédito.

“Estamos en Montería en calidad de préstamo, eso lo entendemos, porque no es como estar uno en su país. En Venezuela últimament­e la comida no se conseguía. Quienes se han quedado allá lo que ganan mensual no les sirve para comer una semana, eso nos obligó a venirnos”, dice Nubisqui, quien muestra sus manos enrojecida­s debido a la fuerza que ha hecho esa tarde para despulpar la maracuyá que llevará a los mercados de esta ciudad.

La joven, madre de un niño, admite que debe bajar el Cerro en la madrugada, soportando una hemorragia con la que lleva una semana, sin poder comprar los medicament­os que una médica particular le formuló. Lo que pudo disponer de las ganancias de su empleo callejero le alcanzó solo para la consulta, porque no tiene carné de ninguna entidad de salud colombiana.

“Estoy trabajando enferma para reunir la plata de la medicina, además de otros exámenes que me debo hacer”, agrega la mujer con un hilo de voz y mientras esconde medio cuerpo detrás de la puerta. UN CHAMO QUE VENDE AGUA. Subiendo unos metros más en el cerro hay una habitación de paredes de zinc. Un joven saluda con un “Buenas tardes” y ese acento cantado típico del venezolano. Es Edwin Bedoya, padre de tres niñas de 9, 3 y un año.

Edwin recogía unos desechos de tablones para reforzar la vivienda de 4 metros por 4 metros, donde pasará la temporada de lluvias, junto a su esposa Marilín Díaz y las niñas.

“Sin documentac­ión legalizada en Colombia es difícil conseguir empleo. Por ahora para sobrevivir con mi familia vendo agua en los semáforos de 8 de la mañana a 5 de la tarde. Me gano entre $12.000 y $20.000 Es pesado, se me cansan los pies, el sol maltrata demasiado, llega uno estropeado en la noche, pero hay que volver a salir al día siguiente, de lo contrario no comemos, de eso vivimos aquí en el Cerro”, cuenta Edwin Bedoya.

Su respiració­n está agitada ante su esfuerzo, los efectos de la jornada en la calle y exposición a un sol intenso, implacable.

A Bedoya le preocupa que sus hijas no estén estudiando en Montería. Las condicione­s de ilegalidad con las que han llegado a la capital de Córdoba aún no le permiten conseguir su inclusión escolar.

PREOCUPACI­ÓN DE LOS VECINOS. El edil Moisés Villadiego, reside en el sector Alfonso López, vecino al Cerro, dice que es “preocupant­e” la situación, por el bienestar de estas familias.

Indica que aunque no existe un censo oficial, se calcula que en las laderas del Cerro de Montería viven unas 500 familias, de las cuales unas 350 son venezolana­s, un número mucho mayor de las que existían previo al proyecto de deshabitar­lo en 2014, cuando debieron salir unos 200 hogares desplazado­s.

Para el líder cívico, unos 70 niños hijos de venezolano­s no han podido ingresar a estudiar en los planteles del sector, pese a las solicitude­s que han presentado ante la Alcaldía.

“Conozco la situación de estas personas y por eso le suplicamos al Gobierno local que se apersone de este problema. Los niños no han podido entrar al colegio porque los rectores no han sido flexibles con este caso, ellos tienen derecho a la educación. Además, tienen limitacion­es con el acceso a la salud. Los venezolano­s no están aquí porque quieren”, precisa Villadiego.

El secretario de Educación de Montería, Ricardo Madera, asegura que sí se han escolariza­do niños de familias migrantes de Venezuela, pero no precisó la cifra.

“La idea es ser garantes del derecho al acceso a la educación. En estos casos se ha tenido en cuenta las directrice­s que ha entregado Migración Colombia, que establecen las rutas para todas las territoria­les. Si el niño es colombiano pero estaba en Venezuela debe ser sometido a un examen para establecer para qué nivel está apto y se procede a la matrícula. Es necesario que los padres hagan los trámites respectivo­s a través de Migración para la legalizaci­ón de los documentos”, explica el funcionari­o.

Agrega Madera que la atención a hijos de venezolano­s se trabaja desde el año pasado, “desde que empezó la coyuntura con el vecino país”.

La Alcaldía de Montería a través del secretario de Gobierno, Salim Ghisays, anunció una intervenci­ón al Cerro, con Migración Colombia, para identifica­r a las personas “que están viviendo de manera ilegal en Montería”.

“La ley es clara, a quienes tienen el permiso se les ha atendido en salud a través del Sisbén y con cupos en los colegios para sus niños, pero a quienes están de forma ilegal no los podemos atender porque la misma ley no lo permite, muchos no han formalizad­o el permiso y han llegado por las trochas de forma ilegal”, explica Ghisays.

La población venezolana solo en Montería se calcula suma unas 700 personas, según cifras de la Secretaría de Gobierno departamen­tal, y subsisten de oficios varios. Otros 1.500, aproximada­mente, estarían repartidos en municipios como Lorica, Cereté, Sahagún y Ayapel.

“Sé que estamos en Montería en calidad de préstamo, eso lo entendemos, porque no es como estar uno en su país”.

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EDUARDO GARCÍA Al menos 350 familias de Venezuela están en el Cerro, sector que había sido deshabitad­o hace cuatro años.
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Edwin Bedoya llegó a Montería y está construyen­do su nuevo hogar en el Cerro.
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Nulbia Benítez, de 46 años, en la entrada de su improvisad­a vivienda en el Cerro.
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Construir su propio rancho en el Cerro es el primer reto de quienes escogen este lugar para vivir.

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