El Heraldo (Colombia)

Alma jarocha

- Por Jaime Romero Sampayo

Hoy, que según el Arcipreste de Hita es el día en que Don Carnal vuelve al mundo para dar fin a tantas abstinenci­as de Doña Cuaresma, los varones de espíritu más filosófico quizás no se entretenga­n tanto con lo del huevo y la gallina, ni tampoco con la legendaria inquietud de los borrachos amanecidos (¿Quién soy, de dónde vengo, a dónde voy?), sino que tal vez sea un día más propicio para plantearse alegres la misma pregunta con la que ya en el siglo XVI el francés Pierre de Bourdeille tituló uno de sus libros más célebres: “Casadas, viudas o solteras: ¿Quiénes son más ardientes en el amor?”.

Matilde Díaz, bajo la prodigiosa batuta de Lucho Bermúdez, nos cantaba sabroso aquello de que: “Cuando me aprietan bailando, yo me siento sofocá/ Pero si bailo con Pepe, con Pepe no siento na…/ Y no es que Pepe no apriete, sino que sabe apretar”. Pierre de Bourdeille sabía apretar: a pesar de las curvas del título, su libro es elegante y sutil, además de muy instructiv­o para la juventud de todas las edades. En la disputa entre casadas y solteras, nos advierte que la que no corre, vuela: “Una dama española, creyendo que su hija temía la noche de bodas, se puso a convencerl­a de que no era nada, que no le dolería y que, de todo corazón, ella se pondría en el lugar de su hija para demostrárs­elo. A lo que la hija respondió:

“Beso sus manos, señora madre, por tal merced, pero ya lo sabré hacer yo bien”.

Al cantante Papaíto no le hizo falta leer a nadie para burlarse con lo mismo en su Alma jarocha. De las casadas, se ríe del parecido de sus maridos con los toros. De la mujer viuda se compadece porque “no tiene buenos amigos”. Y de las doncellas concluye punzante: “La mujer que es señorita/ Todas las cosas ignora/ Pero siente la astillita/ Cuando un hombre la enamora”.

Pierre de Bourdeille también nos cuenta el enigma de una bella dama que tenía un marido apuesto, pero un amiguito bien feo. “Una pariente suya le preguntaba por qué no elegía a uno más guapo:

–¿No sabe usted –dijo ella– que, para poder cultivar bien unas tierras, hace falta más de un campesino y que, naturalmen­te, los más guapos y delicados no siempre son los más adecuados, sino que lo son los más rurales y robustos?”.

Y en el Quijote sale una viuda “hermosa, moza, libre y rica, y, sobre todo, desenfadad­a, que se enamoró de un mozo motilón rollizo y de buen tomo”. Cuando su capellán la quiso reconvenir (le ardía que se fijara en “un hombre tan soez, tan bajo y tan idiota como Fulano, habiendo en esta casa tantos maestros, tantos presentado­s y tantos teólogos en quien vuestra merced pudiera escoger como entre peras”), ella le respondió “con mucho donaire y desenvoltu­ra: Vuestra merced, señor mío, está muy engañado, y piensa muy a lo antiguo si piensa que yo he escogido mal en Fulano por idiota que le parece, pues para lo que yo le quiero, tanta filosofía sabe, y más, que Aristótele­s”.

Con Don Carnal reinando de nuevo en el mundo, vuelve a ser verdad que, entre gustos y ardores, no opinan los doctores.

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