Un modesto hallazgo… ¡homérico!
Descubrimiento desde el laboratorio de lector común.
Hay recursos narrativos que parecen modernos y resulta que son tan antiguos como la literatura misma. Lo cual, planteado mejor, quiere decir que hay recursos narrativos tan efectivos que nunca, pese al paso de siglos y siglos, pierden su modernidad.
¿De qué estoy hablando? De un descubrimiento hecho en mi modesto laboratorio de lector común y corriente. Tal vez no sea en realidad ningún descubrimiento, es decir, tal vez lo sea sólo para mí pero no para el mundo de los estudios literarios, aunque ya verán que precisamente en este caso quizá se justifique proclamar de nuevo, como si nadie lo supiera todavía, que la Tierra es redonda como una naranja, máxime que, como José Arcadio Buendía, lo voy a hacer también en la intimidad familiar, en el comedor, que no a otra cosa equivale esta casi secreta columna de prensa.
Me refiero a la identidad funcional o estratégica que hay entre el principio de la Odisea, de Homero, y el principio del capítulo sexto de Cien años de soledad. Hablo, pues, por un lado, del principio de un poema dedicado a narrar las aventuras y desventuras que un guerrero victorioso vive por largos años, y a través de ciudades y mares, mientras intenta regresar a su lugar nativo, y, por otro, del principio del capítulo de una novela en el cual se empiezan a narrar las aventuras y desventuras que vive un guerrero desde que, tan pronto como se alza en armas, sale de su lugar nativo para librar por tierras ajenas las 32 guerras que pierde todas hasta que regresa a éste para morir de viejo.
La estrategia común de los dos narradores –se supone que el segundo siguiendo en ello al primero– consiste justamente en lo que yo más o menos, y con torpeza, acabo de hacer: ofrecer en los principios de marras (en la Odisea, los diez primeros hexámetros; en el sexto capítulo de Cien años de soledad, el primer párrafo) un como resumen anticipado de sus respectivas historias para, a renglón seguido, empezar a desarrollarlas en detalle de pe a pa. Su mérito radica en que, al contrario que el efecto negativo de un spoiler, lo que logran es avivarnos el interés por saber cómo fue que sucedió todo eso que nos anticipan.
Ya un comentarista observó y ponderó el artificio de Homero (disculpen que no tenga su nombre a la mano), señalando que se trata de un “programa” de la epopeya que el aedo nos ofrece antes dar inicio a ella, salvo que ese programa es ya el inicio. Mi modesta contribución, pues, es hacer notar el recurso al mismo artificio por parte de García Márquez.
Lo curioso es que, en una de las primeras notas críticas que se publicaron sobre Cien años de soledad, el cubano Reinaldo Arenas (“En la ciudad de los espejismos”, 1968) condena ese primer párrafo del mencionado capítulo de la novela, alegando que se cuentan demasiadas cosas en él; tantas, agrega, que “hay material suficiente (siempre sobrante, desde luego) para escribir varias novelas”. Es raro que no haya advertido que la abundancia de peripecias condensadas allí se debe a que, como he señalado, se trata de un sumario de lo que a continuación, y en el curso de ése y de los ocho capítulos siguientes, se va a narrar paso a paso.
Así que valga la presente nota para reivindicar la forma en que García Márquez resuelve el principio del capítulo en cuestión. Pues no sólo no constituye un error, sino que, además de ser un recurso acertado, está sancionado por el inmenso prestigio de su ascendencia homérica.