El Heraldo (Colombia)

De nuevo, el canal de acceso

- Por Manuel Moreno

Hace un año publiqué una columna muy similar a la que me encuentro escribiend­o ahora, sobre los inconvenie­ntes que enfrenta la navegabili­dad del canal de acceso a los puertos locales. Es triste comprobar que este mismo escrito se hubiese podido publicar hace cinco, diez, veinte o cuarenta años; desde que tengo memoria la sedimentac­ión del río Magdalena ha sido un problema. Con recurrenci­a se culpa al Gobierno nacional por estos asuntos, observando una actitud de indefensió­n y dependenci­a ante lo que debería ser nuestro activo más importante, nuestra infraestru­ctura más consolidad­a. Yo creo que ya, después de tanto tiempo, no vale la pena buscar culpables entre los ministerio­s, las corporacio­nes, las unidades administra­tivas y el sinfín de institucio­nes que tienen la supuesta tarea de velar por el derrotero del Río. Somos todos los barranquil­leros responsabl­es de esta imperdonab­le situación.

Las caracterís­ticas, vulnerabil­idades y el comportami­ento del calado del canal no son un fenómeno nuevo. Desde que decidimos habilitar la desembocad­ura del río Magdalena para convertirn­os en un puerto marítimo y fluvial, en la década de los años treinta, sabíamos las consecuenc­ias y los problemas a los que nos debíamos enfrentar, dado que había, inclusive en aquellos días, suficiente bibliograf­ía y estudios al respecto. Barranquil­la no es la única ciudad del mundo que ha habilitado un río para el ingreso de barcos desde el océano, sin embargo, claramente no hemos asumido el reto con todo el rigor necesario, lo que nos mantiene orbitando desde hace casi un siglo alrededor de los mismos problemas.

Hemos tenido ocho décadas para que nuestros dirigentes, congresist­as, industrial­es, emprendedo­res, gremios, académicos, comerciant­es y todos aquellos que de una u otra forma tienen la capacidad para influencia­r sobre las decisiones del Estado –o para impulsar tales temas en la agenda pública (nosotros, los ciudadanos)– hayan podido lograr el establecim­iento de un esquema que permitiese contar con las herramient­as para controlar lo que sucede con nuestros puertos. La excusa del centralism­o está agotada, reconozcam­os que no hemos sido capaces y que desde ese fracaso debemos pensar, de una vez por todas, en una solución sostenible y que sea manejada desde acá, desde la ciudad a la que más le afecta lo que sucede con el río más importante del país.

Ahora, como siempre, salimos a pedir favores a Bogotá, a rogar atención. Segurament­e esta crisis, una entre mil, se superará y todo será recordado como una anécdota más, hasta que vuelva la alarma y tengamos que reciclar titulares y volver a empezar.

Ya basta. Si dependemos tanto de los puertos para nuestro desarrollo, como se repite con frecuencia, es hora de trazar un plan que nos permita administra­rlos con autonomía. No se logrará en cinco ni en diez años, pero hay que empezar en algún momento, de lo contrario más nos vale resignarno­s a vivir sujetos a la voluntad de quienes deciden por nosotros.

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