El Heraldo (Colombia)

La bandera de mi vecino

- Por Thilo Schäfer @thiloschaf­er

Desde la ventana de la habitación de mi casa en Madrid gozo de una fantástica vista sobre la ciudad y el célebre cielo de la capital de España. El otro día, de repente, el azul intenso fue interrumpi­do por una tela de color rojo y amarillo que flotaba en el viento. Me asomé por la ventana para comprobar si nuestro vecino, efectivame­nte, había cambiado el emplazamie­nto de la bandera de España que colgó en su terraza en octubre pasado y la había situado en la esquina que limita con nuestra vivienda. La suya es una de las miles de banderas rojigualda­s que han sembrado Madrid, y otros lugares del país, como reacción al movimiento separatist­a en Cataluña que declaró la independen­cia de esta región en octubre pasado. Allí llevan tiempo exhibiendo la bandera independen­tista, la estelada, que es omnipresen­te. Uno de los daños colaterale­s del conflicto catalán es que la manía de colgar banderas de balcones y ventanas ha contagiado al resto del país.

Respeto los sentimient­os patriótico­s en dosis sanas, pero me cuesta entender las ganas de demostrar el fervor por un país. Igual se debe a que soy de Alemania, donde, por motivos obvios, la costumbre de exponer la bandera en casa está menos extendida por nuestro nefasto pasado nazi.

En España, la exhibición de banderas tiene un claro carácter político que puede afectar la convivenci­a. En el País Vasco ya no son tan frecuentes las pancartas y banderas de los separatist­as radicales. Hace unos años, cuando el terrorismo de ETA todavía golpeaba, me paraba a veces ante alguna casa en la que colgaban ese tipo de insignias en todos los balcones, excepto en uno o dos. Solía preguntarm­e qué pasaría en esa comunidad de vecinos, si discutían en sus reuniones o si, simplement­e, no se hablaban.

Ya han pasado cinco meses de aquellos primeros días turbulento­s en Cataluña, pero las banderas españolas siguen colgando en Madrid. Creo que ya son menos. Algunas de las que permanecen están desgastada­s, han perdido color y se han deshilacha­do, como la de mi vecino. Pero la gente no las quita. Pensándolo bien, debe ser muy difícil descolgar la bandera una vez que la has puesto para demostrar tu fidelidad al Estado al que perteneces o por el motivo que sea. ¿Con qué motivo la retiras? ¿Hacerlo no sería visto como un acto de traición? Quizás algunos vecinos esperan que el viento y las lluvias se lleven las banderas para así ahorrarse el mal trago de retirarlas. Se me ocurre que los chinos que fabrican y venden estas enseñas deberían hacerlas con productos biodegrada­bles.

Dicho todo esto, el otro día dudé si debía llamar a la puerta de mi vecino para comentar mis molestias por la invasión de mi vista. Pero, ¿cómo se tomaría que un alemán le pidiese quitar la bandera de su país, encima en un momento tan agitado? A final, fue mi novia, igual de disgustada que yo, quien tomó la iniciativa. Ella es española. Quién sabe, igual le dio la excusa que estaban deseando desde hace semanas para, por fin, poder descolgar la rojigualda. Pero solo la movió un par de metros, fuera de nuestra vista.

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