‘Mea culpa’
Recientemente, en una intervención radial en la que hablábamos sobre el acuerdo de paz firmado entre el gobierno de Virgilio Barco y el M-19, sugerí como un éxito de la desmovilización del entonces grupo guerrillero la promulgación de la Consti- tución de 1991. Instrumento que representa un gran salto para Colombia hacia una Nación consolidada sobre las bases de un Estado social y democrático de derecho, con la garantía de la apertura democrática y el respeto a las libertades y derechos fundamentales de las minorías.
Pasaron pocos minutos de la intervención cuando recibí la llamada del jalón de orejas. Era Alfonso Gómez Méndez, quien me invitaba muy gentilmente y de forma pedagógica a no asociar de forma equivocada la desmovilización del M-19 con el decreto de la Constitución que hoy nos rige. Su preocupación radicaba concretamente en que los jóvenes no conocemos la historia de Colombia, en particular su transcurrir político. Alarma en la que le asiste razón, pues ha sido solo un fragmento de la historia reciente del país de la que hemos tenido conocimiento directo los jóvenes de la década de los noventa.
Diría que la solución está esencialmente en la lectura de textos históricos del país, pero sin lugar a dudas el asunto va más allá de eso, toda vez que muchas de las narrativas locales desde las que se ha vivido de cerca hechos icónicos de la construcción de la nación colombiana se encuentran en otros elementos como la música, el arte, las tradiciones culturales y las relaciones entre familias. Ni hablar de que muchos jóvenes en el país no tienen acceso a bibliotecas físicas ni virtuales, y si lo tienen, aún no saben la importancia de uso o relevancia para sus vidas.
En aras de salir del cascarón bogotano, creería que una solución al desconocimiento de los hechos históricos que nos han llevado a la Colombia que tenemos ante nosotros sería descentralizar el conocimiento, llevarlo de las ciudades a las esferas más locales, buscando narrativas que superen la tradicional fragmentación de la historiografía colombiana, como bien lo proponen Michael J. LaRosa y Germán Mejía en su libro Historia concisa de Colombia, lectura obligada de estos días.
Ahora, también resulta pertinente entender la historia desde las regiones y los municipios, factor que permitiría dimensionar el impacto real que tuvo periodos como la violencia bipartidista sobre realidades familiares y dinámicas políticas regionales.
Mea culpa vincular dos hechos que si bien tuvieron contexto común por las circunstancias políticas en los que se dieron, no tuvieron en estricto sentido una relación de causa y efecto. En estos tiempos donde la desinformación es la estrategia del populismo, no debemos darnos concesiones en lo que refiere a la verdad, de lo contrario pondríamos en riesgo el futuro de un país.