El Heraldo (Colombia)

La foto en la calle

- Por Alfredo Sabbagh

Pasó hace unos días en Barcelona. Oriol Querol, comunicado­r audiovisua­l, guionista y escritor, publicó en su cuenta de Twitter que había encontrado en alguna calle de la capital de Catalunya un negativo fotográfic­o sin revelar, de esos que los lectores más jóvenes no conocieron pero cuyo recuerdo evoca en los mayores la emoción de la foto en papel. Revelado el negativo, Querol lo vuelve viral buscando resolver la identidad y la historia de los que allí aparecen en escenas típicas familiares: un bebé, una madre, un cuarto en una casa, una silla, una cama. El hilo en Twitter derivó en una creciente madeja de suposicion­es cargadas con mucho de imaginació­n y poco de certeza. El autor, rechazando de plano cualquier insinuació­n de falsedad en el ejercicio, dispuso mantenerlo en salmuera a la espera de indicios que le permitan, si es que se puede, avanzar.

El caso ofrece distintas posibilida­des de lectura. Las más románticas transporta­n enseguida al maravillos­o poder que las imágenes, fijas o en movimiento, tienen para contar historias, insinuar universos, eternizar momentos. La fotografía, esa misma que según Bazin liberó la pintura y la dejó ser arte, pasó de ser considerad­a espejo fiel de la realidad que capturaba a incorporar, como debía ser, la reivindica­ción del ojo subjetivo del fotógrafo. Una foto es, ante todo, una mirada que se comparte; y en esa mirada igual hay una o unas historias. A una foto se le puede contemplar, rendirle una sonrisa, dejarle escapar una lágrima, esconder el fruncido de un ceño. Y también una foto te llena de dudas y preguntas por resolver, te despierta ese lado fisgón que todos pudorosame­nte negamos, y te motiva, como en el caso de los negativos en la calle, a sumarte a una suerte de juego de mesa en vespertina tarde familiar. ¿Cuántos años tendrá ahora el niño de la foto? ¿Son fotos de aquí o las perdió un turista? ¿Se cayeron en una mudanza? ¿Echarán de menos los negativos?

Por otro lado, lecturas menos complacien­tes critican a Querol por publicar sin el debido permiso las imágenes de unos desconocid­os, incluyendo las de un menor de edad, en las redes sociales como parte de un supuesto intento de recreación histórica colaborati­va. Y aunque pudiera argumentar­se que ese menor de edad del negativo hoy no lo es más, cierto es que nadie, en teoría, debería arrojarse el derecho de usar las imágenes de otro sin su debido consentimi­ento, estén o no tiradas en la calle. Desde esta interpreta­ción, se traspasan fronteras éticas en el hilo del Twitter que enseguida enlazan con inacabadas discusione­s sobre las fronteras de lo público, lo privado y lo íntimo en estos tiempos de anarquía digital.

Toca esperar a que aparezcan, si es que lo hacen, los protagonis­tas de las fotos. Por lo pronto, y a manera de rendirle cándido homenaje a la magia de dibujar con luz sobre un papel, valdría la pena hurgar en los cajones empolvados de la casa. A lo mejor encontramo­s un recuerdo a la espera de ser revelado.

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