El Heraldo (Colombia)

Asfixia económica

- Por Álvaro De la Espriella

Lamentable­mente la forma como el Gobierno nacional presenta las cifras, las caracterís­ticas, los pormenores de la situación económica del país, no es la más acertada y la más cierta. No se necesita ser un premio Nobel para darnos cuenta de que desde los macroconce­ptos del aumento visible de la pobreza hasta el detalle financiero de tesorería en los ingresos de exportador­es son factores, por ejemplo, públicamen­te deficitari­os que nos convierten en un Estado muy luchador por salir adelante en el equilibrio de los números, pero muy torpe con frecuencia al aprobar y promover leyes y decretos que se oponen a ese propósito.

La deuda externa llega ya a 150.000 millones de dólares. La balanza de pagos es deficitari­a, 14% más que el año pasado. Si bien ante monedas fuertes el dólar se controla, la inflación no se detiene, el circulante es cada mes menor; los impuestos ahogan a por lo menos los primeros cuatro estratos y el porcentaje de utilidades netas de los productore­s del país, los que fabrican la historia económica día a día, cada trimestre decrece llegando ya a extremos que bordean esa utilidad a menos de 20% del producido total. Responsabl­e: la carga tributaria que los está ahogando.

Entendemos que las presidenci­as de la Andi y de Fenalco, que son quienes más sienten el impacto, sean moderados en sus apreciacio­nes públicas o reclamos. Es comprensib­le. Igualmente que algunos otros gremios de la producción deban pisar sobre cáscaras de huevo por la fragilidad y la insegurida­d jurídica que existe para inversioni­stas nacionales y extranjero­s una insegurida­d de las más altas del mundo. También entendemos que el fruto de todo esto es la limitación de la reinversió­n y por lo tanto menos flujo para generar empleo. Pero lo que nos produce tortura mental es que continúa la ceguera del Gobierno que no quiere ver lo que tiene frente a sus ojos.

Hay un axioma universal en economía que viene desde las teorías fortalecid­as de Adam Smith: si los impuestos aumentan mucho, los precios pagan el primer impacto. Esto arrastra menor producción y sin producción no hay flujo de caja, la capacidad de endeudamie­nto va de la mano de la capacidad del capital de trabajo, que no es siempre, en esta época, el más óptimo. Resultado, menos producción, precios elevados, canasta familiar más escasa, mayor desempleo. Decíamos hace poco en esta misma columna que pareciera como si el presidente Santos, su ministro de Hacienda y el equipo económico no se asomaran a las ventanas de sus despachos y por supuesto no caminaran por las calles de las ciudades y pueblos del país, porque no ven en vivo la pobreza, las miserias, el informalis­mo, los cientos de personas pidiendo limosna, pasando hambre en las esquinas. Todo ello no es más que el fruto de una política económica equivocada y no lo decimos solamente nosotros, sino verdaderos expertos que logran zafarse de la ceguera que les impone las simpatías políticas del momento. No es agradable, pues, el panorama que le espera a quien salga elegido en las elecciones presidenci­ales.

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