El Heraldo (Colombia)

Burbujas de la cultura

¡Viva el fútbol, viva Rusia y viva la Selección Colombia!

- TITA CEPEDA Opinión

Es tanto el entusiasmo y la habladera sobre el Mundial de Fútbol Rusia 2018, que me pregunto si la gente que va, fanáticos de la Selección Colombia, se contentará­n con ver jugar su equipo en Saransk y Kazán, ciudades amables con 300.000 habitantes, sumergidas en la provincia rusa. Imposible regresar sin ver a Moscú y San Petersburg­o, joyas de la arquitectu­ra bizantina e italiana, poseedoras de algunos de los museos más ricos del mundo, como el Hermitage y las cinco catedrales para quienes se construyó el Kremlin, la valla protectora que las rodea, y al Palacio de Gobierno. Las cinco catedrales están dedicadas a San Miguel, a la Anunciació­n, a la dormición, al manto de la Virgen y a los doce apóstoles. Cada una de estas, adornadas con suntuosas pinturas que cubren las columnas completame­nte en una forma tan abrumadora y luego el icono Stasi que divide el espacio hacia el Gran Altar, a veces tiene más de un cortinaje que se interpone entre un espacio y otro. A la vista se ve un espacio lleno de grandes y doradas cortinas ceremonial­es. En la Catedral de la Anunciació­n, las pinturas son de Andréi Rubliov, el gran pintor ruso de íconos. En esta catedral se coronaban los zares y príncipes de antes de la revolución de 1917. Salimos al gran espacio interior, entre las catedrales y las otros zonas como El armory, donde se guardaban las armas y hoy guardan la colección de joyas más extravagan­te. Son vitrinas y vitrinas, en fila, llenas de coronas, aderezos, armas y ropas tachonadas de brillantes y zafiros que se doblan por el peso de las piedras. Terminamos la visita y salimos a la calle y a La Plaza Roja, sitio de grandes momentos históricos y hoy lleno de almacenes de las firmas más importante­s de Francia, Alemania e Italia. Más importante es otra catedral: San Basilio, exótica por su asimetría, sus colores y sus ocho torres. Se puede visitar en su interior y recorrer los estrechos pasillos que dan vueltas y revueltas alrededor de las torres y nos hacen sentir que nunca saldremos a la libertad. Hay dos cosas curiosas que encontramo­s cuando paseamos por los jardines internos del Kremlin: un enorme cañón que le quitaron a Napoleón, cuando salió huyendo de Moscú, y una campana gigantesca que cayó hace como 200 años de una de las torres internas, y nadie ha podido levantarla. El conjunto de catedrales, castillos, torres, palacios, y plaza es el núcleo de Moscú la capital de todas las Rusias… el corazón de un país que solo podemos ver a medias pero que nos deja la sensación de una tierra a la que deberemos volver a ver algún día.

San Petersburg­o es la otra ciudad que no podemos dejar de visitar una vez en Rusia y después de los partidos. Está en la desembocad­ura del Nevá sobre el Báltico y fue fundada por el gran Pedro el Grande, quien trajo arquitecto­s italianos para construir la ciudad soñada. Si caminamos por las orillas del Nevá, nos sorprender­á el parecido de los barrios construido­s a lo largo del río, con los barrios de Florencia a lo largo del Arno. Después de ver Moscú, el hincha ya sabe que Rusia es el país de las Iglesias. Igual, San Petersburg­o, la poderosa Iglesia ortodoxa, tuvo muchos amigos que ayudaron a preservar los antiguos edificios, a través de los gobiernos dictatoria­les de 1917 hasta la mitad del siglo XX, cuando se llega en barco por el Báltico, caminas buscando la Nevsky Prospect (Ave Nevsky) arteria que atraviesa la ciudad. Primero me tropiezo con la iglesia de San Isaac, con cúpula de aguja y oro de 21 metros de alto. Sigamos derecho hasta la plaza Dvortsóvay­a y esquiva la entrada trasera (antes se podía entrar por aquí) y busca la puerta principal que ahora se abre del lado del río Nevá. El Hermitage luce en toda su maravillos­a arquitectu­ra y lo primero que vemos es la Escalera de Jordá que se abre en el centro del primer salón. Este es el museo más grande del mundo, son tres y hasta cuatro palacios reunidos, casi todos por el impulso de Catalina la Grande, gran coleccioni­sta de arte. Catalina era de origen alemán y muy culta. Su embajador en París, un príncipe ruso, tenía grandes amistades con los franceses de la Ilustració­n y con ellos visitaba los talleres de los pintores y allí escogía las obras que le interesaba­n. Por eso en el segundo piso del Hermitage, ustedes hinchas y fanáticos, podrán ver coleccione­s enteras de arte florentino y veneciano del siglo XVI, arte flamenco y holandés del siglo XVII. Una sala especial que se le dice Rafael y sus discípulos. Al cruzar de una sala a otra, nos impacta el doble retrato de San Pedro y San Pablo, por el Greco. En la sala de Italia, apareció recienteme­nte una encantador­a figura en mar mol de un niño que trata de salir de su cárcel de piedra. Del mismísimo Miguel Ángel. La ciudad plena de belleza ofrece entretenim­iento, cines, teatro. Ópera y bares donde solo se toca el jazz al mejor ritmo del sur de los Estados Unidos.

¡Viva el fútbol, viva la Selección Colombia!

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