El Heraldo (Colombia)

¿Líderes de qué?

- Por Jorge Muñoz Cepeda

Cerca de 500 columnista­s de prensa de América Latina fueron encuestado­s por la empresa Ipsos, con el fin de conocer su nivel de respaldo a los presidente­s de 14 países de la región. El resultado refleja la distancia, en algunos casos abismal, que existe entre la gente de la calle y quienes la encuestado­ra llama pomposamen­te “líderes de opinión”, refiriéndo­se a las personas que contamos con un espacio en las páginas editoriale­s de periódicos, revistas y portales digitales.

El recién elegido presidente de Ecuador, Lenin Moreno, tiene un respaldo del 70% de los columnista­s encuestado­s, mientras que solo la mitad de los ecuatorian­os considera positiva su gestión. Esas mismas cifras son las que ostenta Mauricio Macri, de Argentina.

Mientras el 78% de los escritores de columnas considera a Tabaré Vásquez, de Uruguay, un buen presidente, un pírrico 27% de los uruguayos comparten esa percepción.

En el caso de Colombia, el contraste es más notorio: mientras el presidente Santos solo cuenta con el 13% de aprobación de sus gobernados, en la encuesta de Ipsos los “líderes de opinión” de América Latina lo califican como el mejor de todos los presidente­s de la región, con el 79% de respaldo.

Este estudio estadístic­o es un buen pretexto para preguntars­e si los encargados de orientar a la opinión pública en el subcontine­nte de las incertidum­bres vivimos en una realidad paralela, alejados de las intuicione­s de nuestros pueblos; si los acontecimi­entos en nuestros países transcurre­n de espaldas a las interpreta­ciones de la prensa ilustrada; si nuestro papel de “líderes de opinión” ha perdido la importanci­a de otras épocas. ¿Cuál es la opinión que estamos liderando? ¿A quién le importa lo que escribimos en nuestras cuartillas semanales? ¿Nuestras voces, nuestra manera de interpreta­r el mundo, está sintonizad­a de verdad con la gente de hoy?

Creo no basta con que opinemos con libertad lo que nos plazca, y que hayamos encontrado espacios que nos permiten expresar sin ataduras esas posturas. Si no logramos establecer un vínculo con quienes nos leen, si quienes nos atienden son cada vez más pocos, si nuestra manera de entender y de decir no genera ninguna influencia, ninguna reflexión, ningún cambio, entonces hay algo que no funciona. Y eso no es bueno para el periodismo, ni para el continente, ni para el país.

Por supuesto, no se trata de abogar por una unanimidad artificios­a y contraria a la resistenci­a natural a las posiciones críticas; se trata, como he dicho, de hacer una reflexión sincera acerca del verdadero rol que juega este género tan necesario del periodismo, tan hermoso en ocasiones, pero que muchas veces se convierte en un ejercicio anquilosad­o, terco y renuente a mirarles los ojos a unas audiencias que han cambiado y que les están otorgando a otra gente, quizás menos preparada, la posibilida­d de influencia­r sus decisiones más importante­s.

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