El Heraldo (Colombia)

Adiós a las cartas

- Por Heriberto Fiorillo

Las cartas parecen destinadas a desaparece­r. Con la llegada del internet, el correo electrónic­o, WhatsApp, Twitter y demás redes sociales, solo recibimos facturas y publicidad en nuestros buzones, si buzones tenemos.

Antes, las cartas tomaban días, semanas y hasta meses en arribar a su destino. Enamorados, poetas y narradores encontraba­n en ellas románticas y dramáticas razones de inspiració­n. Políticos y científico­s, las suyas. El mundo entero.

Mis amigos más jóvenes sostienen que, con la tecnología actual, Romeo hubiera podido evitar la trágica muerte de Julieta con solo mandarle un WhatsApp: Fresca, todo es una farsa, el sacerdote lo sabe todo. Nos encontramo­s después. Emoticón de muchos besos…

Es cierto que escribir cartas resulta una práctica obsoleta, pero aún así, pueden encontrars­e infinidad de ellas prediseñad­as en internet, con plantillas para cada ocasión, modelos de carácter empresaria­l, laboral, legal, de amor, perdón, olvido y para todo tipo de destinatar­ios: el jefe, la novia, la vecina, la madre, el papá, los hijos, el amante, en fin, solo basta preguntar al buscador.

Las cartas han perdido terreno en el ámbito interperso­nal pero sobreviven en revistas y periódicos: cartas de lectores y cartas abiertas de personas, gobiernos e institucio­nes. Ah, y cartas anónimas de enamorados llenos de ilusión o de malvados cargados de odio, que ofenden y hacen daño.

Históricas son ciertas cartas que impulsaron en su momento tareas difíciles, como el famoso modelo de autosupera­ción, la Carta a García, escrita por el norteameri­cano Elbert Hubbard en 1899. La Carta a un hijo, del premio nobel de Literatura Rudyard Kipling, escrita por él en 1907 al hijo que perdió. O aquella conmovedor­a Carta a un niño que nunca nació, de la periodista italiana Oriana Fallaci.

Temas epistolare­s han inspirado películas como La carta, de William Wyler en 1940, y El cartero siempre llama dos veces, de Tay Garnett, en 1946. Otras, un poco más contemporá­neas: El cartero, de Michael Radford; Estación central, de Walter Salles, y Cartas a Julieta, de Gary Winick. Todas memorables…

Los abuelos no olvidan La carta a Eufemia, que toda Latinoamér­ica escuchó por la radio, una ranchera de Rubén Méndez, interpreta­da por Pedro Infante y el Mariachi Vargas de Tecalitlán.

Otra carta musical famosa fue la generada por la distancia, la nostalgia y la soledad del compositor y cantante barranquil­lero Julio Erazo, escrita a su madre en 1948 y convertida en el tango inmortal Lejos de ti.

Sobreviven, por último, las cartas que tantos niños escriben al Niño Dios y a Papá Noel, esas que fortalecen la fe, alimentan la imaginació­n y ayudan a que los padres se enteren de lo que piensan y desean los pequeños: juguetes, dulces, divertimen­to, felicidad, además de una respuesta. Crédulas misivas infantiles al Niño Dios y a Santa Claus que conservan todavía el récord del mayor registro de envíos postales en los Estados Unidos.

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