Promesas e impuestos
En estas épocas electorales los aspirantes a la Presidencia suelen hacer un enorme alarde de proyectos y resoluciones ideales. La salud mejorará, la economía mejorará, la educación mejorará, el empleo mejorará. Escucha uno sus peroratas y descubre que aparentemente Colombia tiene todo servido para transformarse en una sociedad ejemplar, solo nos falta firmar un par de leyes, dos decretos, tres normas y listo, nos convertiremos así, a golpe de tinta y papel, en una próspera nación ante la cual el mismísimo Edén luciría disminuido. Aunque hay ciertos candidatos que se destacan por sus extraordinarios delirios, en diferentes proporciones todos aquellos que pretenden llegar a la Casa de Nariño han planteado situaciones irreales, ingenuas fantasías que no pueden tomarse en serio y que no soportarían ni el más ligero de los análisis.
Para que un presidente pueda cumplir con todos esos planes fabulosos hace falta mucho dinero, y la manera que tiene el Estado para recaudarlo son los impuestos. Se dice que la corrupción aniquila ese botín común, y es cierto que lo diezma bastante, pero me parece que hace falta más que portarnos como arcángeles impolutos para lograr todo lo que se promete.
Hace unos días estuve revisando, de manera torpe y empírica, cifras relacionadas con el recaudo de impuestos en algunos países. Me pareció razonable calcular cuánto dinero se recauda per cápita, lo que nos puede mostrar, más o menos, cuántos recursos tiene un gobierno para ‘atender’ a cada ciudadano. Encontré que en Colombia contamos con un recaudo cercano a los $2.500.000 al año por persona. Esto no parece mucho, y en efecto no lo es. España, por ejemplo, recauda $14.500.000 al año, y Noruega, uno de los referentes escandinavos, llega a la insuperable cifra de $69.000.000. Admito que puede haber un margen de error entre esos montos, pero creo que las proporciones deben ser razonables. Por eso me parece sumamente irresponsable prometer esquemas de atención pública que se logran en entornos con realidades escandalosamente diferentes a las nuestras.
Reconozco que los discursos cargados de propósitos resultan muy reconfortantes para los contrariados oídos de quienes en el día a día observan una realidad dura y complicada. Esas exaltadas arengas parecen responder a deseos sensibles y no infundados, logrando así refrescar la adversidad diaria, y sería hasta divertido escucharlas si no estuvieran jugando con cosas que pueden descarrilar este país más allá de la posibilidad de reparación. Desde paneles solares hasta la liquidación de instituciones fundamentales para el funcionamiento de los sistemas más básicos, se han dicho cosas increíbles que además van seguidas de rabiosos aplausos de aprobación, amplificando así su capacidad de daño. Resulta francamente terrorífico.