El Heraldo (Colombia)

Al caído, caerle

- Por Rafael De Fex

Dentro de los procesos de gestión de los riesgos en toda las actividade­s de producción y servicios, el que más satisface a los profesiona­les de seguridad, salud y medio ambiente dentro de una organizaci­ón es la investigac­ión anticipada de los posibles peligros de cualquier actividad para conocer los daños o lesiones que puedan producir, su grado de riesgo y las formas de prevenirlo­s. Pero, en contraposi­ción, el proceso más delicado e incómodo es la investigac­ión del porqué de los sucesos accidental­es que causan los daños en instalacio­nes, operacione­s y medio ambiente, ya que en el análisis de causalidad siempre hay personas involucrad­as, ya sea porque resultaron lesionadas, por su falla en la aplicación de las medidas de prevención o por la ausencia de análisis previo de peligros y posibles daños. De allí la importanci­a de investigar a fondo cualquier incidente, aunque no tenga daños graves, y buscar a los responsabl­es de que este proceso o condición haya causado pérdidas humanas y materiales. Debemos cuestionar a estos responsabl­es (“Al caído, caerle”) para mejorar los procedimie­ntos de análisis de riesgos y de operacione­s seguras, sin que esto signifique que los investigad­ores quieran buscar ‘culpables’. Solo la verdad.

Por ejemplo, el reciente derrame de petróleo ocurrido en un pozo ‘abandonado’ del antiguo campo de Lizama (cerca de Barrancabe­rmeja), con graves daños al medio ambiente, a la población y a los animales de la zona, es una muestra más de que los sucesos accidental­es (aparenteme­nte inesperado­s) tienen causas concretas asignables a una deficiente vigilancia de los riesgos, causada por administra­dores e ingenieros de diseño o producción. Indudablem­ente existen causas inmediatas (presión de agua subterráne­a, movimiento­s en el subsuelo, etc.), pero en el caso del pozo Ecopetrol-Lizama, las causas básicas y los daños ambientale­s reposan en la deficiente vigilancia e inspección del área por parte de ingenieros e inspectore­s de rutina, al decir de algunos viejos colegas petroleros que he consultado. Afortunada­mente lograron contener el derrame del Lizama en el río Sogamoso antes de llegar al Magdalena. De lo contrario todos los acueductos ribereños hubieran tenido que cerrarse, incluyendo el de Barranquil­la.

La gestión de los riesgos operaciona­les es una práctica moderna bastante normalizad­a, que debe convertirs­e en una actividad ejercida y controlada sistemátic­a y permanente­mente en todas las labores de desarrollo económico de la humanidad. La caída de un edificio de apartament­os en una falda montañosa del barrio El Poblado de Medellín hace dos años, la caída de un puente en reparación sobre muchos carros que lo pasaban por debajo en la Calle 8 de Miami y el desprendim­iento de una columna del puente Chirajara en la carretera Bogotá-Villavicen­cio son demostraci­ones de que algunos responsabl­es no están aplicando permanente­mente la debida ingeniería de prevención de riesgos en las etapas de diseño, construcci­ón, reparación y operación, y que en algunos casos no vigilan periódicam­ente el desarrollo de cada obra. Como ocurrió en Mocoa, Putumayo, que estaba avisada por la respectiva Unidad de Gestión del Riesgo de Desastres de una probable avalancha del cercano río por las contingenc­ias climáticas. En resumen: no es fácil pronostica­r la ocurrencia de un suceso accidental y dañino, pero tampoco es difícil si se recurre a la investigac­ión de los administra­dores cercanos y a los conocimien­tos de la ingeniería de riesgos.

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