Venezolanos en Quito: el sóftbol contra la nostalgia
Inmigrantes armaron Liga de Sóftbol con 16 equipos y 450 jugadores.
Cuando llegó a Quito desde su maltrecha Venezuela, Oliver Prada cargaba entre sus maletas un bate y una pelota.
“Lo primero que hacemos los venezolanos en otro país es buscar dónde jugar”, dice mientras se alista para su partido dominical de sóftbol.
En las alturas andinas, este médico de 34 años coincidió con cientos de compatriotas forzados como él a emigrar ante la profunda crisis económica y de violencia que golpea a su país.
Sin canchas para jugar en Quito, donde el fútbol es el rey, dibujaron con pintura blanca un diamante en el parque Bicentenario, en lo que antes era el aeropuerto de la ciudad. Y convirtieron un terreno de césped mezclado con grava rodeado de árboles en su cancha.
Y conforme la diáspora creció hasta llegar a unos 60.000 en Ecuador, según datos de la embajada venezolana, lograron armar una liga de 16 equipos con 450 jugadores, entre aficionados y exjugadores profesionales.
Las visas entregadas a migrantes venezolanos pasaron de 11.012 en 2015 a 23.067 en 2017, según la cancillería ecuatoriana.
“Es como si estuvieras jugando en tu país, en Venezuela”, sostiene Prada, coordinador deportivo de la Liga de Sóftbol de Pichincha, cuya capital es Quito.
EMPEZAR DE CERO. Embutidos en ajustados pantalones blancos y camisas en las que resaltan los nombres de los equipos Matatanes, Gavilanes o Embajadores, los venezolanos colorean el panorama. Con los ojos puestos sobre el bateador, Larry Escalona lanza una bola rápida ante la atenta mirada de las bases y los jardineros.
El caso de este hombre de 47 años, alto y de tez morena, es especial. Durante 19 años jugó en la selección venezolana de béisbol, y al retirarse montó una distribuidora de artículos de ferretería.
“Es duro porque tienes tu vida en Venezuela, tu casa, tu carro y empezar a los 47 años de cero en otro país es difícil”, más aún con una familia numerosa, admite.
Hace meses, cerró ese negocio, que no era rentable, y aceptó una oferta de la Federación Ecuatoriana de Sóftbol en Guayaquil para entrenar lanzadores. Todos los fines de semana viaja a Quito para participar en la liga.
SE BUSCA PÚBLICO. En los estadios de Venezuela, el multitudinario público sigue los largos partidos entre música, risas y baile.
Pero en Quito, los pocos espectadores, la mayoría venezolanos y de otros países caribeños, apenas aplauden, comparten su comida tradicional y conversan entre sí del país que dejaron atrás.
“Es fácil venir y decir que tengo un trabajo estable, pero tengo compatriotas que no lo tienen y esperan el domingo como un momento para liberarse un poco de eso que no consiguen”, cuenta Raúl Juárez, de 45 años, quien jugó en los años noventa en las ligas menores de los Twins de Minnesota, en Estados Unidos. Afp
En este largo desfile de notables figuras deportivas, hemos escogido hoy a un pugilista del que ya hemos hablado: Max Baer, un hombre de notable presencia en los cuadriláteros, en donde supo mostrarse como un fuerte pegador.
Baer tenía 6 pies con 3 pulgadas de estatura, y su peso oscilaba entre 210 y 220 libras. Su gran mano noqueadora la tenía en la derecha, porque la izquierda era prolongadora de efectos de distracción, para desembarcar un golpe que era terrible según opinaban los boxeadores que lo habían enfrentado.
Baer decía con inusitada franqueza que él tenía un físico que para muchos observadores del boxeo valía alrededor de un millón de dólares de aquellos tiempos, pero que su técnica valía muy poco.
Baer está entre los púgiles que noquearon a Max Schmeling, el alemán se cruzó en el camino de aquella mano derecha de Baer y quedó tendido en la lona. Ese triunfo de
Baer le dio la gran oportunidad de enfrentarse al campeón mundial, Primo Carnera. Baer lo fue demoliendo asalto por asalto, seguido por sendos knock down, que sumaron entre 9 y 10 antes de producirse el KO definitivo.
Baer en la primera defensa de su título perdió con Jimmy Braddock, inferior en pegada con Baer, pero superior a este como para haberle quitado el título mundial. Baer no pudo recuperar su título; no le dieron revancha y, por el contrario, se las tuvo que ver con el más grande de los prospectos de aquellos días, Joe Louis, quién lo noqueó en cuatro asaltos.
Aquel combate LouisBaer produjo entonces la mayor recaudación que se pudo ver por aquellos días. Un poco más de 90 mil personas establecieron un récord mundial para combates en donde no estaba en juego ningún título.
La forma como Max Baer se quedó en la lona en el cuarto asalto, mirando
fijamente a Louis y también al referee. La verdad es que Baer no quiso levantarse para prolongar el match. Por cierto que numerosos aficionados quedaron inconformes con la actitud de Baer. Particularmente quien mostró mayor desacuerdo con su actitud fue el novelista Ernest Hemingway, premio Nobel de literatura, y un entusiasta del boxeo.
Por cierto, la misma actitud de Baer la tomó Caraballo cuando peleó con Jofre en Bogotá. Caraballo recibió un recto de derecha que lo sentó en la lona, y de allí no hubo forma que se levantara; recibió todo el conteo del referee y cuando la cuenta llego a 10 se levantó como un resorte para desconcierto de todo el público asistente.
Baer está registrado en la historia del boxeo como un buen noqueador, pero muchos de sus admiradores lamentaban siempre su falta de seriedad y de concentración para enfrentar a buenos contendores.