El Heraldo (Colombia)

Cervantes no era japonés

- Por Jaime Romero Sampayo

El Día Internacio­nal de los Orejones los perros se congratula­n, los burros lo celebran complacido­s y los elefantes –con más grandes razones que nadie– lo festejan con una alegre verbena de pitos y fanfarrias. Por esa misma regla de tres, mañana, que es el Día Internacio­nal del Libro, los hispanos de primeros –no somos Dumbo, pero con el Quijote tenemos el mejor libro de todos– deberíamos celebrar felices un tremendo carnaval de las letras y las ricas cadencias de nuestra lengua.

Mañana, además, es el Día del Idioma Español, el cual, por si acaso Cervantes fuera poco, también regaló al mundo la picaresca, la poesía y el teatro del Siglo de Oro, los maravillos­os cronistas de Indias y los poetas místicos, la dorada retahíla de magos de la palabra como Rubén Darío, Lorca, Machado, Juan Ramón Jiménez y Neruda, el Boom Latinoamer­icano donde García Márquez fue rey de reyes, además de –¡cómo no!– Cantinflas y Chespirito, y también el tango, los boleros, el son, las rancheras y la copla andaluza.

Pero lo mejor es el Quijote. De lo humano, ahí está todo lo grande, lo bello y lo ingenioso. Y es que el Quijote casi que ya sería el Quijote nomás que con el sabor y la gracia de los nombres de sus capítulos. Tiene algunos tan musicales y maestros del idioma que, únicamente tarareando su melodía, pareciera que ya el resto se podría escribir solo, inclusive en una ruidosa cárcel de la Sevilla de Felipe III. Pareciera que, con sus títulos de bolita de coco y miel, ya solo faltaría unir los puntos con el lápiz y, silbando de gozo, colorear lo de adentro.

No hay quien se resista a leer feliz un capítulo que se titule: “Del buen suceso que el valeroso Don Quijote tuvo en la espantable y jamás conocida aventura de los molinos de viento, con otros sucesos dignos de felice recordació­n”. Y la imaginació­n más dicharache­ra se dispara con ese que dice: “Donde se apunta la aventura del rebuzno y la graciosa del titiritero, con las memorables adivinanza­s del mono adivino”. Y este otro tampoco es cojo: “Del temeroso espanto cencerril y gatuno que recibió Don Quijote en el discurso de los amores de la enamorada Altisidora”. ¡Eso es arte y lo demás es bobería!

Sin embargo, los títulos suyos que más me gustan son los burlones. Porque la verdad es que Cervantes fue un exquisito burlón, siempre buscando la complicida­d y el guiño elegante de los lectores.

Capítulo 70: Que sigue al 69, y trata de cosas no excusadas para la claridad de esta historia.

Capítulo 24: Donde se cuentan mil zarandajas tan impertinen­tes como necesarias al verdadero entendimie­nto de esta grande historia.

Capítulo 54: Que trata de cosas tocantes a esta historia y no a otra alguna.

Capítulo 66: Que trata de lo que verá el que lo leyere o lo oirá el que lo escuchare leer.

Las comparacio­nes son odiosas… sobre todo para quien pierde. Pero si mañana Don Quijote se batiera en singular duelo con Hamlet, o con Fausto, o con Gargantúa –uno por uno, o todos juntos–, en el peor de los casos de todos modos vencería Sancho Panza.

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