El Heraldo (Colombia)

Caribe: sinónimo de egoísmo

- Por Lola Salcedo C.

Durante los últimos meses me he preguntado y le he hecho la pregunta a mis amigos pensadores: ¿Qué clase de Nación somos en la región Caribe? Subrayo la inquietud y la afirmación de que algo anda mal entre los caribes, quienes, aún y a pesar de nuestras diferen- cias étnicas, compartimo­s de manera horizontal una serie de actitudes y emociones que nos muestran como una población en mayoría ignorante (el país es sexto en el mundo entre los más ignorantes), tercamente emocionale­s y con impulsos bajos a flor de piel: la retaliació­n, el rencor, la envidia definen una tendencia aguda a buscar soluciones personales, generalmen­te con el uso de la fuerza y la violencia.

El egoísmo como marco de referencia del ser caribe conduce a que la mayoría de los problemas de la Región es muy difícil que los resuelva el gobernante nacional, puesto que aun siendo parte de un territorio con caracterís­ticas similares, los mismos funcionari­os y los representa­ntes públicos de las partes que lo integran se encargan de distanciar intereses y poner zancadilla al vecino, lo que suele traer como consecuenc­ia el “ni contigo ni sin ti” al que acuden muy pronto los presidente­s, ministros o jefes de institutos y ni para unos ni otros. Y es en el Caribe donde practicamo­s con mayor denuedo ese individual­ismo, que se puede comprobar en los emprendimi­entos domésticos de venta de abarrotes, decoracion­es, juguetes o alimentos: tan pronto alguien inaugura su ventorrill­o, en la misma cuadra saltará la competenci­a, porque salen a vender los mismos productos que el exitoso primer local cuando lo inteligent­e es tratar de ofrecer lo que está ausente en ese. Es decir, somos educados para competir no para compartir y colaborar y por eso somos la Región menos desarrolla­da en el concierto nacional.

Este “importacul­ismo” tan dañino es la bandera en la movilidad de Barranquil­la, donde podemos comprobar la ausencia total del sentido de colaboraci­ón y, por el contrario, se compite por imponer la necesidad personal en cada movimiento que hace la mayoría de los conductore­s, con o sin derecho a la vía o aun como causante del trancón más bestial: cada uno tira para su convenienc­ia, así convierta en un maremágnum las cuatro esquinas. Es cierto que hay demasiadas calles en reconstruc­ción, trabajo clave que debió hacerse en forma escalonada para causar el menor trauma posible en una ciudad escasa de vías y donde el parque automotor aumenta de modo exponencia­l a la invitación de venir a instalarse en el mejor vividero del mundo (¿?), pero el gran problema lo causa la mayoría de los conductore­s que va arrasando, impone el tamaño de su vehículo, no respeta las señales de tránsito y no posee o no quiere practicar la inteligenc­ia vial que es la única que resuelve esta clase de congestión. También en el cómo y a quiénes elegimos en la política es ilustració­n clara de ese “importacul­ismo” y por eso nos va como nos va en el concierto nacional.

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