En búsqueda del tesoro perdido
En una casa blanca con un jardín invadido de monte, polvoriento, piso de baldosas rojas y amarillas, que antes fue de bahareque vive Gabriel Sperer de 55 años, nieto de Josef Sperer Weiznier, un marinero que al hundirse el Prinz August Wilhelm no quiso volver a Alemania. “Es la estampa de su abuelo”, dicen todos los que conocieron al primer Sperer que vivió en Puerto. Tez blanca, cabello rubio, delgado y de más de 1,80 metros de estatura, son facciones que su nieto Gabriel heredó. “Puerto era un paraíso, su arena era blanca y su mar azul intenso. No me extraña que para cualquiera que viniera en aquella época fuera un paisaje fascinante, por eso tantos extranjeros se quisieron quedar. Pero cambiaron la corriente del río Magdalena, dañaron la bahía y todo eso acabó”, contó Sperer.
Su abuelo se casó, compró un terreno en el que construyó su casa y tuvo dos hijos. Montó una licorera a la que le llamó American Bar. En ese sitio concurrían todos los extranjeros que pisaban suelo porteño. Se mezcló camaleónicamente entre el jolgorio y la algarabía que armaban los habitantes en las callejuelas del pueblo atiborradas de mercaderes. La pesca fue su actividad predilecta porque en palabras de Gabriel, se encontraban él, el cielo y el mar. “La playa era su lugar favorito. Tal vez no regresó buscando huir de la guerra porque decía que a los alemanes les gustaban las batallas y él era una persona pacífica. Ni siquiera quiso volver por una herencia que le dejó su familia materna. Esto fue terminando la Primera Guerra Mundial, 21 años después llegó la segunda. Aquí se sintió a salvo de la incertidumbre que reinaba en Europa en aquel entonces”.
Josef Sperer construyó una lancha a la que le llamó ‘La Sirena’, una verdadera joya para la familia, no por su valor material sino por su significado sentimental. Después de mucho tiempo sin hablar de ‘El alemán’, el tema revivió en la familia en una de las charlas cotidianas de padre a hijo. Ese día le confesó que había sacado un cofre del barco y lo había enterrado en el patio de su casa. Nunca dijo que contenía y Josef falleció sin recordar con exactitud dónde había enterrado el misterioso baúl.
“He hecho varias excavaciones con profundidades hasta de dos metros pero sin éxito. Dicen que el mar va corriendo lo que se entierra en la arena. Busco el cofre porque quiero saber qué tiene adentro y espero encontrarlo algún día”, agregó señalando la extensión de tierra y maleza que está a unos cuantos metros de la playa, lugar en el que según sus ancestros podría estar el supuesto tesoro perdido.