El Heraldo (Colombia)

Al mando del Prinz August Wilhelm

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Francisco Capell era el segundo capitán al mando del vapor alemán. Su hijo Adolfo, de 82 años, recuerda con claridad las proezas que le contaba su padre, jefe encargado del navío en su momento más crucial.

Como lo relata Adolfo Capell, refiriéndo­se a su papá, “el capitán del Prinz falleció durante el viaje”, entonces su papá “tomó el timón y en términos castizos se robó el barco desde Santa Marta hasta Sabanilla. Si se quedaba allá iban a tomarlo los norteameri­canos”. Igual iba a suceder en Puerto Colombia, por eso, una vez Alemania perdió la guerra, Francisco, siguiendo las órdenes del gobierno alemán “dejó que se inundara la proa y le prendió fuego a la cabina. Por el hecho estuvo preso en las Quintas de Salazar”, una casa en el pueblo que hacía las veces de cárcel y en la que lo recluyeron por varios meses, relató el hombre de piel bronceada, bigote canoso y paso cansino por la edad. Después de este episodio, uno de los hechos más importante­s de la historia de Colombia durante la Primera Guerra Mundial, Capell recobró su libertad, se enamoró de Puerto Colombia y de Raquel Mendoza, con la que tuvo nueve hijos. Hoy su familia cuenta con más de 70 miembros entre nietos, primos, tíos y hermanos. “Los Capell es una de las familias más copiosas de Puerto Colombia”, dice Adolfo entre risas. Durante la entrevista quitó de la pared un retrato de su padre vestido de marinero, en el que la lozanía de su juventud era evidente, además de una fotografía enmarcada del imponente Prinz August Wilhelm. “Este barco marcó un antes y un después en Puerto Colombia, merecido reconocimi­ento”, contó Adolfo agradecien­do la visita de esta periodista. Tras haberse bajado del barco Capell trabajó como profesor y también en la Cervecería Águila, entre otros empleos. Luego compró una finca y se dedicó a labores agrícolas y ganaderas, según relata su familiar.

“Mi padre era amable, buena gente y correcto. Siento mucho orgullo y agradecimi­ento de haberlo tenido en mi familia. Él amó este pueblo, que en sus tiempos tuvo arenilla blanca y aguas claras pero hoy es un fango, una cloaca, caminar por esas playas da dolor”, denunció el anciano mientras miraba hacia el horizonte buscando lo que queda del coloso de concreto y varilla que recibió a miles de extranjero­s. “Ese muelle era la reliquia más grande de Colombia y lo dejaron destruir por la desidia. Por ahí entró la historia, este fue un territorio de inmigrante­s que así como mi padre llegaron a dejar aquí su trabajo, amor y su descendenc­ia”, concluyó Adolfo.

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Francisco Capell
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Adolfo Capell

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