El Heraldo (Colombia)

Reconocer errores

- Por Manuel Moreno @Morenoslag­ter moreno.slagter@yahoo.com

En 1950 Walt Disney presentó un corto animado sobre lo que ya se podía definir como road rage: la transforma­ción que sufren las personas cuando están al mando de un vehículo automotor. Es una interesant­e pieza en la que con genial habilidad se evidencia esa locura temporal que parece afectar a la mayoría de los conductore­s, quienes pasan de ser ciudadanos relativame­nte normales y afables para convertirs­e tras el volante en fieras desconside­radas y agresivas. Resulta impresiona­nte que tales comportami­entos ya se hubiesen podido señalar con tanta claridad hace casi setenta años y que muy poco haya cambiado desde aquellos tiempos, valdría la pena revisar las profundas razones que generan una metamorfos­is tan notable.

Hace poco recordé ese video debido a un encuentro que tuve en una calle de la ciudad en la que me comporté, literalmen­te, como la caricatura que expliqué. Sumido en los afanes diarios, cometí una imprudenci­a vial que hubiese podido generar un accidente, no grave, la velocidad era baja, pero si decididame­nte incómodo. Lo que me alarmó fue comprobar que ante el airado reclamo de la posible víctima de la colisión, un taxista, mi reacción haya sido aún más emotiva, cayendo rápidament­e en la grosería y la impertinen­cia. El intercambi­o no duró más de diez segundos, pero fue suficiente para sentirme mal e intrigado por un comportami­ento que normalment­e no me define y que mucho daño nos hace en nuestra cotidianid­ad. Decidí entonces que valía la pena disculparm­e con ese anónimo conductor, así sea por este medio, y a pesar de que es altamente improbable que se entere. Así que desde este espacio le manifiesto mis disculpas, el error fue mío.

estaba barajando los temas que expondría en esta columna, reflexioné sobre lo mucho que nos cuesta reconocer nuestras equivocaci­ones. La reacción más común ante el descubrimi­ento de una falla propia suele ser buscarle paliativos, excusas, justificac­iones. Es muy duro aceptar nuestra imperfecci­ón y mucho más hacerlo públicamen­te en un entorno que tampoco parece muy dispuesto a aceptarlo. Revisen, por ejemplo, el comportami­ento de nuestros políticos, administra­dores y hasta el de nuestras celebridad­es. Es exótico que se disculpen por algo, pero es todavía más raro que los entendamos y mucho menos que seamos capaces de perdonarle­s la torpeza.

Valdría la pena mesurarnos. En Estados Unidos han cancelado un programa de televisión por un desafortun­ado trino de su protagonis­ta, a pesar de sus disculpas. Aquí en Colombia hemos atacado a insultos a una exreina de belleza por manifestar su apoyo a un candidato presidenci­al, lo que ni siquiera cuenta como error. Regodeándo­nos con el percance ajeno, soltamos toda nuestra frustració­n ante cualquier impulso, causando quizá más daño con el reclamo que con los hechos que motivaron la reacción. Como si todos tuviésemos derecho a tirar la primera piedra.

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