Reconocer errores
En 1950 Walt Disney presentó un corto animado sobre lo que ya se podía definir como road rage: la transformación que sufren las personas cuando están al mando de un vehículo automotor. Es una interesante pieza en la que con genial habilidad se evidencia esa locura temporal que parece afectar a la mayoría de los conductores, quienes pasan de ser ciudadanos relativamente normales y afables para convertirse tras el volante en fieras desconsideradas y agresivas. Resulta impresionante que tales comportamientos ya se hubiesen podido señalar con tanta claridad hace casi setenta años y que muy poco haya cambiado desde aquellos tiempos, valdría la pena revisar las profundas razones que generan una metamorfosis tan notable.
Hace poco recordé ese video debido a un encuentro que tuve en una calle de la ciudad en la que me comporté, literalmente, como la caricatura que expliqué. Sumido en los afanes diarios, cometí una imprudencia vial que hubiese podido generar un accidente, no grave, la velocidad era baja, pero si decididamente incómodo. Lo que me alarmó fue comprobar que ante el airado reclamo de la posible víctima de la colisión, un taxista, mi reacción haya sido aún más emotiva, cayendo rápidamente en la grosería y la impertinencia. El intercambio no duró más de diez segundos, pero fue suficiente para sentirme mal e intrigado por un comportamiento que normalmente no me define y que mucho daño nos hace en nuestra cotidianidad. Decidí entonces que valía la pena disculparme con ese anónimo conductor, así sea por este medio, y a pesar de que es altamente improbable que se entere. Así que desde este espacio le manifiesto mis disculpas, el error fue mío.
estaba barajando los temas que expondría en esta columna, reflexioné sobre lo mucho que nos cuesta reconocer nuestras equivocaciones. La reacción más común ante el descubrimiento de una falla propia suele ser buscarle paliativos, excusas, justificaciones. Es muy duro aceptar nuestra imperfección y mucho más hacerlo públicamente en un entorno que tampoco parece muy dispuesto a aceptarlo. Revisen, por ejemplo, el comportamiento de nuestros políticos, administradores y hasta el de nuestras celebridades. Es exótico que se disculpen por algo, pero es todavía más raro que los entendamos y mucho menos que seamos capaces de perdonarles la torpeza.
Valdría la pena mesurarnos. En Estados Unidos han cancelado un programa de televisión por un desafortunado trino de su protagonista, a pesar de sus disculpas. Aquí en Colombia hemos atacado a insultos a una exreina de belleza por manifestar su apoyo a un candidato presidencial, lo que ni siquiera cuenta como error. Regodeándonos con el percance ajeno, soltamos toda nuestra frustración ante cualquier impulso, causando quizá más daño con el reclamo que con los hechos que motivaron la reacción. Como si todos tuviésemos derecho a tirar la primera piedra.