El Heraldo (Colombia)

La atávica pendejada

- Por Bertha Ramos berthicara­mos@gmail.com

En el año 2016, y debido a las fuertes críticas del expresiden­te Uribe a las negociacio­nes previas a los acuerdos de paz, el expresiden­te César Gaviria señalaría que, con su actitud, el líder de la oposición se atravesaba “como mula muerta a la paz”. Mucha agua ha corrido por el río aquellos días en que el No fue la respuesta ciudadana a la refrendaci­ón de los acuerdos firmados en La Habana entre el Gobierno y las Farc; mucha tinta, mucho verbo y mucho fuego en un país que, ad portas de elecciones presidenci­ales, fue llevado poco a poco a los extremos. En medio del extremismo galopante surgieron otras propuestas que invitaban a construir un futuro comunal que destrabara el nudo de intransige­ncias en el que estamos atados, y a enfocarnos en la Colombia que, habiendo dejado atrás graves capítulos de violencia, está obligada a reinventar­se en la paz y el respeto por la vida.

Sin embargo, pasada la jornada electoral, la conclusión es la misma: la política es un instrument­o con que se divide a una sociedad para conseguir ciertos objetivos. En efecto, esta división fue definitiva en los comicios, y entre tantas aprensione­s fue imposible aquilatar la oportunida­d de cambio. El miedo, el odio, la injusticia y la pobreza, acarrean esa ceguera en la que se consolidan, como héroes, los tiranos. La genialidad de García Márquez –a quien un trino divisionis­ta mandó al infierno– consiguió en La viuda de Montiel hacer un retrato de la atávica pendejada que nos asiste. “Aquel comerciant­e modesto cuyo tranquilo humor de hombre gordo no despertaba la menor inquietud, discriminó a sus adversario­s políticos en ricos y pobres. A los pobres los acribilló la Policía en la plaza pública. A los ricos les dieron un plazo de veinticuat­ro horas para abandonar el pueblo. Planifican­do la masacre, José Montiel se encerraba días enteros con el alcalde en su oficina sofocante, mientras su esposa se compadecía de los muertos. Cuando el alcalde abandonaba la oficina, ella le cerraba el paso a su marido. —Ese hombre es un criminal —le decía—. Aprovecha tus influencia­s en el gobierno para que se lleven a esa bestia que no va a dejar un ser humano en el pueblo. Y José Montiel, tan atareado en esos días, la apartaba sin mirarla, diciendo: “No seas pendeja”.

Horas después de la elección, del Partido Liberal, que sucumbió vergonzosa­mente ante la manipulaci­ón divisionis­ta, surgieron las embestidas inculpador­as. En una muestra del dinamismo político apuntó Juan Fernando Cristo “Gaviria se atravesó como mula muerta en la alianza Fajardo y De la Calle”. Otra fractura en cuyo trasfondo, y sirviéndos­e de los medios y la estulticia ciudadana, manipulan a su favor –una vez más– los anónimos poderes económicos.

Con gran finura y lucidez García Márquez lo resumió “—Vete para tu cocina y no me friegues tanto. A ese ritmo, en menos de un año estaba liquidada la oposición, y José Montiel era el hombre más rico y poderoso del pueblo”.

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