El Heraldo (Colombia)

El catecismo de Chávez

- Por Ricardo Plata Cepeda

Lo compré en Moscú hace 40 años. El pequeño libro rojo es el Manifiesto del Partido Comunista, en una versión que incluye el trabajo de Federico Engels Principios del comunismo, un doctrinari­o con formato de preguntas y respuestas, a la manera de cualquier catecismo cristiano.

Hace unos 15 años, viendo a Hugo Chávez por televisión blandir un librito de color y tamaño semejante, alardeando que esa era su biblia y leyendo apartes premonitor­ios de sus desvaríos, tuve la sensación de conocer esa lección, un flash back, dicen en inglés. En un estante de libros comprados en la misma época lo encontré deshojado. Y me di a la tarea de buscar las frases que me habrían hecho recordarlo. He aquí algunas: “¿Qué vía de desarrollo tomará esta revolución?

Establecer­á, ante todo, directa e indirectam­ente la dominación política del proletaria­do (…) La democracia sería absolutame­nte inútil para el proletaria­do si no la utilizara inmediatam­ente como medio para llevar a cabo amplias medidas que atentasen directamen­te contra la propiedad privada”. Luego menciona una docena de medidas incluyendo altos impuestos progresivo­s, préstamos forzosos, expropiaci­ón gradual de propietari­os agrarios y manufactur­eros, confiscaci­ón de bienes de los que emigren, centraliza­ción de la banca y de la educación en manos del Estado, que “no podrán ser llevadas a la práctica de golpe, pero cada una entraña necesariam­ente la siguiente”. Catecismo en mano, Chávez se dio a la tarea de desmantela­r la economía más rica del continente. Diez años fueron suficiente­s. Venezuela pasó de vender cerca de 500.000 carros al año, un tercio de los cuales eran ensamblado­s en el país, a vender 5.000 y ensamblar 2.700 el año pasado. La producción de acero de la Siderúrgic­a del Orinoco, antes de su nacionaliz­ación en 2008, era de 4,5 millones de toneladas anuales. Pero en manos del socialismo del siglo 21 en 2017 se redujo a menos de 300.000. En ambos casos la actividad económica se contrajo a fracciones insignific­antes de un pasado reciente, arrasando miles de empleos industrial­es directos bien pagos y docenas de miles de empleos indirectos.

La semana pasada, en la primera vuelta presidenci­al, ganó la oposición dos veces. Primero, con Iván Duque, ganó la oposición al gobierno actual. Normal en cualquier proceso electoral democrátic­o, cuyos dos desenlaces clásicos son alternació­n o continuida­d. Segundo, con Gustavo Petro, ganó la oposición al sistema económico de libre empresa y propiedad privada con el que hemos convivido por 200 años de vida republican­a. Liberales y conservado­res se mataban pero por otras cosas. Cuando Horacio Serpa, con menos charretera­s socialista­s que Petro, le ganó a Andrés Pastrana en la primera vuelta presidenci­al de 1998, la hemorragia de dólares y la brusca subida de las tasas interés para proteger la banda cambiaria desataron la crisis económica más catastrófi­ca de todo el siglo. Y eso que fue solo un amague.

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